Julián Grimau García: 52 años sin reparar la injusticia a la que fue sometido

13 de Abril de 2015

HOMENAJE.

El próximo 20 de abril, se cumplirán 52 años del asesinato del camarada Julián Grimau García, a manos del régimen dictatorial del criminal de guerra y genocida Franco. Sirvan estas líneas en memoria de su recuerdo entrañable. Y si en un asunto como en éste, sobre el asesinato del camarada Julián, si cabe, la pasión me nubla el juicio, tanto mejor. No creo que eche talento en este empeño, tampoco lo busco.

Todo militante tiene un referente en su organización que le sirve de guía y trayectoria, como podrá comprenderse, puede ser un libro, otro militante, un intelectual, un familiar cercano, (padre, madre, hermana/o, etc.) un político/a, un estudio sobre un determinado asunto e incluso una cita extraída de cualquier contexto, para el que escribe hoy aquí, ese guía es, ha sido y será, Julián Grimau García, más adelante, se explicará y se verá por qué.

El sufrimiento por medio de la tortura a la que fue sometido el camarada Julián Grimau y que soportó en las dependencias de la Dirección General de Seguridad es de libro y se irá desgranando en las siguientes líneas.

EL ASESINATO.

En la madrugada del 20 de abril de 1963, el camarada Julián Grimau García, miembro del Comité Central del Partido Comunista de España, era asesinado por medio de un pelotón de las huestes de un general mediocre, criminal de guerra y genocida, un tal Franco. Pero el régimen que éste sujeto dirigía como una organización mafiosa, enrabietado sin la más mínima duda por la reunión del IV Congreso del Movimiento Europeo, -el contubernio de Munich, término peyorativo acuñado por el diario falangista de la época, ‘Arriba’- el intento fallido de ingresar en la Comunidad Económica Europea y las huelgas de Asturias, negó cualquier tipo de petición de conmutación del asesinato de nuestro camarada.

LA DETENCIÓN EN EL AUTOBÚS.

Salía Julián Grimau del inmueble en la calle del Pez Volador en compañía de Víctor Díaz Cardiel, esta sería la última vez que se verían. Grimau tenía una cita a las cuatro de la tarde en la plaza de Manuel Becerra con Francisco Lara, militante encargado de suministrar papel, asunto que no le resultaba especialmente complicado debido a que trabajaba en un almacén. Los dirigentes del PCE siempre consideraron a éste último culpable de la detención. El propio Julián Grimau recordaría más tarde haberle encontrado muy nervioso, quedándole especialmente grabado el hecho de que aceptase un cigarro de tabaco rubio, cuando habitualmente fumaba tabaco negro.

Al parecer la policía franquista había detenido días antes a un hijastro de Francisco Lara y, posteriormente, a él mismo. De todas formas, la cita sirvió para que Grimau le entregase unos documentos y volvieran a quedar citados. A continuación subió al autobús número 18. Casi de inmediato observó en el interior a dos sujetos llamativos por su aspecto inequívoco de policías franquistas, cuya uniformidad en el vestir no podía escapar a cualquier sensibilidad clandestina, es decir, Grimau se dio cuenta inmediatamente de su posible detención.

Se vio en peligro y trató de bajarse en la próxima parada, sin embargo, ya era demasiado tarde porque se lo impidieron, en el autobús no había más pasajeros que el conductor, los policías franquistas y el propio Grimau.

Cuando fue detenido, utilizó un DNI falsificado que le había entregado el partido a nombre de Emilio García y algo más de trece mil pesetas, cantidad esta, importante para la época, procedente en buena parte de cuotas y donativos que Víctor Díaz Cardiel había recogido en el sector del metal por él dirigido. Desde una ferretería de la calle Raimundo Fernández Villaverde, en donde la policía le introdujo para llamar a la DGS, fue trasladado a la Puerta del Sol, una vez allí, le ofrecieron de inmediato que redactase su declaración y en un papel de su puño y letra, dejó escrito: “Declaro ser miembro del Comité Central del Partido Comunista de España y me encuentro en Madrid para el cumplimiento de mi deber como comunista”. Posteriormente se abrió un paréntesis de dos horas, tras el cual se inició una feroz tortura que nunca llegó a poder reproducir en su memoria con plena lucidez, debido a la gran dureza de la tortura.

Por lo que pudo comentar posteriormente con su abogado, Amandino Rodríguez Armada y sus compañeros de cautiverio en la cárcel de Carabanchel, iniciaron el interrogatorio amenazándole con que sería fusilado. Después sólo tendría memoria de un corolario de golpes propinados por varios policías al estilo de la Gestapo de la Alemania Nazi. Curiosamente, se acordaría de forma especial de uno de sus torturadores que se hacía llamar: Vicente, de aspecto corpulento y que, asegurando ser médico, le preguntaba, -posiblemente para mofarse de Julián-: “¿Cómo quieres que te pegue, como policía o como médico?” Meses después, aseguraría haber reconocido a aquel individuo en el doctor Sentís, jefe del Departamento de Traumatología del Hospital de Yeserías, donde estuvo internado. Era todo lo que recordaba de su interrogatorio, el resto en su memoria aparecía difuso, en realidad nunca pudo llegar a precisar con meridiana claridad que ocurrió realmente en las dependencias del edificio de la tortura de Madrid de la Dirección General de la Seguridad.

Lo único cierto es que, al día siguiente de ser detenido, caía de cabeza al callejón de San Ricardo, en la parte posterior del edificio de la policía de la dictadura, desde una altura de seis metros. Quienes coincidieron con él en la prisión de la dictadura como preso político, recordaron haber oído comentar en sus últimos días que llegó a ser amenazado con una pistola, momento tras el cual recibió un fuerte golpe en la cabeza.

Tal recuerdo coincidiría con investigaciones posteriores realizadas por el letrado Amandino Rodríguez Armada, cuya teoría final sería que el detenido pudo recibir un fuerte culatazo en la cabeza que le habría dejado en estado comatoso. El siguiente paso, en función de tal hipótesis, habría sido el arrojarle por la ventana.

LA CAÍDA POR LA VENTANA.

Tal vez el primero en sospechar que había ocurrido algo fue José Luis Nieto, que tenía una cita con Julián a las ocho de la tarde junto al cine Tívoli. Pero, sin duda, quien primero supuso la realidad de la detención fue Francisco Romero Marín. Lo temió nada más leer, a primera hora de la mañana del día 9, el diario ABC, donde aparecía la noticia de que un individuo llamado Emilio Garcíase había arrojado por la ventana de la DGS, desde este preciso instante imaginó lo peor de inmediato. Su reacción fue tratar de localizar al matrimonio formado por Manuel Azaustre y María Tudor, con los cuales vivía Julián Grimau en una casa de la calle Pedro Heredia. Ambos habían llegado a España desde Francia, enviados por el PCE, con la única misión de alquilar una casa donde pudiera alojarse Simón Sánchez Montero cinco años antes. Pero quien vivió con ellos durante bastante tiempo, en un piso de la calle Concepción Bahamonde, en el cual también llegó a alojarse Julián Grimau y Jorge Semprún.

Sin embargo, por muy rápida que quiso ser la reacción de Romero Marín, ya llegaba demasiado tarde. Cuando telefoneó al cine Universal, donde Manuel Azaustre trabajaba de taquillero, para comprobar si aquél se encontraba allí, le respondió una voz desconocida que le invitaba a pasar por el local y esperar en su interior. Quien seguramente le contestaba era ya la policía de la dictadura. Habían actuado con gran celeridad, sin duda,  tras encontrar un billete en las ropas de Julián, por lo que sospecharon la zona donde podía residir. Después, con una fotografía de Julián, rastrearon consultando a los porteros. Además Julián había cometido el error de inscribirse con el nombre de Emilio García como vecino de la casa, en contra de las recomendaciones de no hacerlo para preservar su seguridad. Manuel Azaustre, que ya había conocido el horror de los campos de concentración de Matthausen, llegó destrozado físicamente a la prisión de Carabanchel, pero no dijo ni una sola palabra en la DGS.

En los medios de la oposición, no tardó en saberse que el hombre caído desde la ventana de la DGS era un dirigente del Partido Comunista de España. Casi de inmediato se generalizó la impresión de que había sido torturado con dureza y finalmente defenestrado.

El Desgobierno de la Dictadura, cuyo Departamento de Información y Turismo ocupaba Manuel Fraga Iribarne, se apresuró a decir que se trataba de un intento de suicidio. Sin embargo, la versión de este sujeto, que falleció en 2012 recibiendo honores de jefe de estado, era demasiado insólita como para ser creíble: en presencia de los policía de la dictadura Ramón González Morales Luis Muñoz Sáez, Julián Grimau se habría arrojado contra una ventana de dos hojas, situada a una altura de un metro cuarenta del suelo de la habitación y perfectamente cerrada con su falleba o para entenderlo mejor con el pestillo echado, tras romper solamente los cristales de un lado, había caído de cabeza al callejón de San Ricardo. Sin embargo, según el informe forense, no presentaba señales de arañazos realizados por los supuestos cristales rotos, ni cortes similares, que habrían sido propios de la rotura de esos cristales, ni otras huellas que no fuesen las propias de una caída desde seis metros.

EL POLICÍA DE LA DICTADURA, VICENTE.

Operado urgentemente en el hospital de Yeserías para intentar salvar la vida, nuestro camarada Julián Grimau permaneció absolutamente incomunicado hasta el día 29 de noviembre en que, por fin, pudo visitarle su letrado Amandino Rodríguez Armada, a la sazón militante del PCE. Amandino se encontró un espectáculo dantesco. Le habían extraído una parte considerable del frontal izquierdo, tenía las muñecas fracturadas, ambos brazos escayolados desde el hombro hasta la punta de los dedos, no podía mover la extremidades inferiores y una inmunda masa de vendajes sanguinolentos envolvía prácticamente su cabeza. Sólo cuando pudo hablar con Amandino, llegó a recordar algo de lo ocurrido tras la detención. Fue también entonces cuando Julián Grimau, al que se consideraba generalmente un excelente fisonomista, quiso reconocer en el doctor Sentís al policía Vicente, no obstante, jamás llegó a afirmar o asegurar por sí mismo que hubiera sido defenestrado; su amnesia al respecto fue total tras el enorme y fuerte traumatismo sufrido.

Durante el tiempo que duró su incomunicación, el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 8, del que era titular un tal Luis Cabrerizo Botija, le abrió un expediente, nada menos que por tentativa de suicidio. Según las notas del sumario, Julián Grimau habría manifestado al juez instructor que se tiró en una reacción de tipo personal, sin que en ese momento su ánimo se sintiera sobrecogido por la advertencia que poco antes le habían hecho de que pronto lo iban a fusilar. Se reconoció en el sumario que no había podido firmar por encontrase en la cama. Tampoco pudo firmar el poder notarial autorizando la asistencia letrada para la defensa a Amandino Rodríguez, tuvieron que impregnar la punta de los dedos con un pincel y después introducir el papel entre la escayola y la mano a fin de que sus huellas dactilares dejaran constancia de la autorización.

El sumario por tentativa de suicidio acabaría sobreseído, no obstante, el Juzgado del Cabrerizo Botija, puso cuantas dificultades pudo para que el letrado ejerciese la defensa. Por ejemplo, denegó reiteradamente la petición de que Julián Grimau pudiera ser examinado por el traumatólogo Alberto Rábano Navas, con el fin de que informase por escrito de las causas y origen de las lesiones. Tampoco se autorizó, a primeros de enero de 1963, la visita en el Hospital Penitenciario de los doctores franceses Pierre Frumusan, Víctor Laffite y Michel Sakka. Aunque no pudieron reconocerle, al menos su viaje sirvió para que le hicieran la ropa de la cama y realizasen unas radiografías y unos electroencefalogramas que hasta entonces no habían realizado.

EL DOSSIER DE FRAGA.

A principios de noviembre, Manuel Fraga Iribarne convocaba a los medios de comunicación, donde quería responder públicamente al informe emitido días antes por la Comisión Internacional de Juristas en el que se afirmaba que España NO era un Estado de Derecho y calificaba la dictadura franquista de Estado Totalitario. Esta reseña en un momento en que la dictadura acababa de solicitar el ingreso en la Comunidad Económica Europea y como se podía esperar la resolución era negativa, el informe era tildado por las huestes del dictador producto de una campaña internacional contra España y calificado por el ministro de petardo.

En el transcurso de la rueda de prensa, Fraga hizo alusión a Julián Grimau: Dentro de unos días daremos un dossier espeluznantes de crímenes y atrocidades cometidos personalmente por este caballerete.

El 20 de enero de 1963 uno de tantos diarios afines a la dictadura, ‘Arriba’, publicaba un artículo sin firma, del que terminaba haciéndose responsable el director, un tal Sabino Alonso Fueyo, titulado: ‘Grimau y sus crímenes’. En el mismo se le acusaba de ser el responsable de la checa de la plaza Berenguer el Grande de Barcelona en 1938 durante la guerra civil. Jamás pudo éste sujeto aportar prueba alguna de lo que se afirmaba en el panfleto difamador, donde se recogía entre otras lindezas de sarta de mentiras, que el criminal vuelve siempre al lugar del crimen y Grimau preparaba, sin duda, una nueva orgía de horrores en cualquier nueva checa.

Cabría preguntarse. ¿Cuál fue el papel desempeñado por el juez Cabrerizo Botija, el politicastro Fraga Iribarne y el gacetillero Alonso Fueyo? A mí, no me cabe la menor duda, fueron colaboracionistas de la dictadura sangrienta del criminal de guerra y genocida Franco, y en este caso concreto autores materiales del asesinato del camarada Julián Grimau García, aunque las balas las disparasen otros acólitos de la dictadura.

Lo que sí parece confirmado es que Julián Grimau fue nombrado, al comenzar la guerra civil, agente del Cuerpo de Seguridad (Grupo Civil) de la Dirección General de Seguridad por el Gobierno de la Segunda República, siendo destinado a la Brigada de Investigación Criminal en la primera quincena de agosto de 1936. Tal acceso a la policía se habría producido a propuesta del Partido Republicano Federal en que militaba en julio de aquel año. Al parecer, tales datos no habrían sido conocidos por la dirección del PCE hasta el momento de su ejecución en que recibió una carta de Manuel Hurtado de Mendoza, nieto de Benito Pérez Galdós y exiliado en Argentina al finalizar la guerra civil. Amigo personal de Julián Grimau, decía que la Brigada de Investigación Criminal estuvo instalada en Barcelona en la plaza de Berenguer el Grande y, por tanto, allí no había ninguna checa incontrolada, donde se hicieran detenciones y torturas ilegales, sino la sede de un órgano legal de la República. De aquello, cuando se celebre el juicio, haría ya casi un cuarto de siglo.

JUICIO SIN TESTIGOS.

El día 30 de marzo, había recibido en Carabanchel la visita del coronel Enrique Eymar Fernández, uno de los personajes de más siniestra memoria bajo la dictadura del criminal de guerra y genocida Franco. Hasta entrados los sesenta, con la creación del Tribunal de Orden Público en diciembre de 1963, conocido con las siglas del TOP, todo cuanto tenía que ver con la masonería y comunismo, epígrafes bajo los que se incluía prácticamente cualquier crítica realizada contra la dictadura, dependió de este ser frío, sectario e implacable. Por las manos de este sujeto pasaron casi todos los demócratas procesados por los tribunales especiales a cuyo frente estuvo.

Al informarle Grimau en la primera visita de que podría recuperar el movimiento de sus muñecas con una simple operación, este individuo se mostró tan cruel como siempre diciéndole: “Yo, en su caso, me preocuparía si tuviese posibilidades de salir adelante; pero, para lo que a usted le queda, esos sinsabores son simples minucias”.

El juicio se fue preparando en medio de un gran sigilo. Hasta el 11 de abril, no pudo Julián Grimau nombrar defensor militar, designación que recayó en el capitán Alejandro Rebollo Álvarez-Amandi, años después sería un estrecho colaborador de Adolfo Suárez González. Al día siguiente de la designación fue a verle para comunicarle la petición fiscal. pena de muerte por delitos cometidos durante la guerra civil y treinta años de cárcel por sus actividades posteriores. José Ramón Recalde, encarcelado también en Carabanchel, por su militancia en el Euzkadiko Sozialisten Batasuna (ESBA), fue el primero en señalar la gravedad de la acusación. Desde el punto de vista estrictamente jurídico, la acusación de delito continuado de rebelión militar revestía un significado cuyo desenlace final podría ser el peor, como después ocurrió. Mientras, el Ministro de Información y Turismo, que seguía regentado por Manuel Fraga Iribarne, insistía en que el sumario aún no estaba cerrado y que era imposible decir que la pena de muerte sería pedida.

A pesar de todo el sigilo que pretendieron los franco-falangistas y facinerosos de la época, la dictadura no pudo evitar que se desencadenara una gran campaña de solidaridad, tanto a nivel nacional, aun con escasas posibilidades que ofrecía la total ausencia de libertades, como internacional.

La fecha del juicio permaneció oculta hasta la víspera misma de su celebración, el 18 de abril. Unos días antes, el servicio de publicaciones del ministerio de Fraga Iribarne hacía público un folleto titulado: ‘¿Crimen o castigo?’, dedicado a Julián Grimau. No merece en estas líneas reproducir semejante libelo gacetillero de baja calidad, falta de rigor y calumnias vertidas sobre el camarada Julián Grimau.

En el juicio no hubo testigos.

La sala de la calle del Reloj estuvo abarrotada por una extraña mezcla de policías de la dictadura, observadores internacionales, juristas, periodistas, militares de la dictadura, familiares y algún ciudadano simpatizante con la causa de Julián Grimau.

Todas las declaraciones presentadas como pruebas se basaban en versiones oídas, ninguna contractada o investigada con seriedad y rigor.

El testimonio escrito de un abogado barcelonés, Gabriel Avilés, aludía a Julián Grimau como un joven pequeñito que actuaría como acusador de la Brigada de Investigación Criminal durante el período de guerra en los juicios de significación política, sin embargo, a este sujeto dado a la escribanía sin rigor y difamatoria, habría que recordarle que, Julián Grimau medía algo más de un metro y ochenta centímetros. Otro calumniador al estilo del tal Fraga Iribarne y del tal Alonso Fueyo.

Las garantías judiciales brillaron por su ausencia, como todos los procedimientos que se iniciaron en la época de la dictadura.

El fiscal que actuó en la causa de Julián Grimau, un tal Manuel Fernández Martín, era un impostor que no había acabado la licenciatura de derecho, quién parece ser que se portó con el rigor y profesionalidad esperada fue el letrado defensor, el militar con grado de capitán, Alejandro Rebollo.

Julián Grimau era un agente del Cuerpo de Seguridad (Grupo Civil) dedicado a perseguir delitos comunes, no políticos, tampoco dirigía ningún tipo de checa.

En definitiva el juicio que se celebró contra Julián Grimau fue una burla a la verdad, vulneró hasta las propias leyes ilegales del dictador, criminal de guerra y genocida.

CONDENADO A MUERTE.

Es de suponer que, nuestro camarada, Julián Grimau abandonó la sala de la calle del Reloj convencido de cuál sería su último destino y de esta forma se lo trasladó a sus compañeros de cautiverio en la cárcel de Carabanchel que, aquella misma mañana, pasearon en un silencio absoluto y de uno en uno por el patio de la prisión, a modo de silenciosa protesta.

Al mismo tiempo se producían manifestaciones y actos de protestas en las principales ciudades del mundo.

Las peticiones de clemencia llegaron hasta la mesa de los jerarcas de la dictadura y procedentes de los lugares más insospechados: del jefe de Estado de la Unión Soviética, Nikita Kruschev; del alcalde de Florencia, Giorgio La Pira; del líder del partido laborista británico, Harold Wilson, se asegura que incluso llegó a interceder ante el criminal de guerra y genocida Franco el Papa Juan XXIII, también se gestionaron desde el interior de España. Poco antes de que diera comienzo la reunión del Consejo de los ultraderechistas de la dictadura, Joaquín Ruiz Jiménez visitaba sucesivamente a los ministros ultraderechistas Agustín Muñoz Grandes, Fernando María Castiella y Manuel Fraga Iribarne, sin obtener respuesta alguna. El decano de la facultad de Económicas, Valentín Andrés, trató de interceder por su parte ante Fraga Iribarne, del cual se consideraba amigo. Entre tanto, Menéndez Pidal iba de un lugar para otro, y llegó a conseguir entregar al cardenal Pla y Deniel un escrito firmado por importantes personalidades de la vida cultural española: Zubiri, Bergamín, Laín Entralgo, Aranguren, etc. Todo ello resultó infructuoso.

LA TAREA ENCOMENDADA A JULIÁN GRIMAU GARCÍA.

Quien le conoció muy de cerca fue el camarada Francisco Romero Marín, trabajó con él codo con codo, de hecho estuvo con Julián Grimau la misma mañana de su detención. Francisco Romero fue uno de los organizadores de la campaña de movilización en el interior de España para salvar la vida de Julián Grimau.

Jualián Grimau llegó a España en 1961 para dirigir el partido en Madrid, por decisión de la dirección del PCE en Francia, hasta entonces, el camarada Romero Marín había sido el encargado de esta tarea desde 1957, y a partir de ese momento pasó a dirigir toda la zona de Castilla.

Los dos camaradas continuaron trabajando, cada uno en su sector, y a mediados de octubre llegó a Madrid Ignacio Gallego, cada uno se fue por su lado, y no fue hasta después que Ignacio Gallego y Romero Marín se enteraron de los pasos de Julián Grimau hasta su detención.

La huelgas del verano de 1962 contribuyeron notablemente al relanzamiento de nuestro partido en Madrid y alrededores. Tan sólo en el sector del metal, del cual se encargaba directamente Víctor Díaz Cardiel que, a su vez, enlazaba con Julián Grimau, existían contactos con organizaciones del PCE en una veintena de fábricas importantes como Pagaso, Marconi, Standard, Perkins, Chrysler, CASA, Cervezas Águila, Euskaldum, etc. se trataba, en general, de núcleos muy reducidos de militantes, en torno a los cuales se movía siempre un grupo siempre más amplio de simpatizantes. Probablemente ésta sea una de las características más llamativas del PCE de aquella época a lo largo de los años sesenta, extensiva además a otros sectores distintos del movimiento obrero, ya que al tener a su alrededor personas que, sin militar en el partido, podrían considerarse que lo eran y la ausencia de otras alternativas organizativas contribuyó, sin la más mínima duda, a ello.

ÁNGELA CAMPILLO.

julian-grimau-1Histórica militante del PCE y esposa de Julián Grimau debe de tener un espacio más que merecido en este escrito de homenaje, en el sentido de la crudeza y trágicos momentos que vivió: detención, proceso y ejecución de su marido.

Con el golpe de estado organizado por los militares africanistas, la iglesia católica, la banca y los terratenientes de la época, Ángela Campillo sufrió la persecución ideológica en las carnes de su padre al que asesinaron, militante socialista, cuando ella era todavía una niña de seis años.

Con nueve años sale de España, educó a sus dos hijas, Lola y Carmen en el respeto y amor a su país, según Ángela: “La lucha contra la represión interior fue el eje de sus vidas, estuvieron separados por la distancia, sin embargo, profundamente unidos por el cariño y las ideas, ambas cosas les sostenían en aquellos años tan duros, aquella compenetración no hubiera sido posible si uno de los dos aspectos hubiera fallado”.

Después de casi 52 años del asesinato del camarada Julián Grimau, Ángela y sus dos hijas llevan décadas luchando sin ruido por limpiar su memoria. Quizás muy cansadas por no recoger los frutos esperados de la gran injusticia cometida con Julián. En 2006 hubo una iniciativa de Izquierda Unida, que aprobó el Senado para proceder a la rehabilitación ciudadana y democrática de la figura de Julián Grimau, esta iniciativa fue apoyada por todos los grupos políticos, excepto por el partido presunto, (PP) los herederos de los esbirros de la dictadura.

En 1985, Ángela sentenció: “Tal vez si las oleadas de solidaridad que siguieron a la ejecución de Julián se hubiera desarrollado a lo largo del proceso, la dictadura no se hubiera atrevido. Pero, de todas formas, junto a lo brutal de la represión, hay que subrayar que la solidaridad de tantos hizo que me sintiera arropada en aquellos durísimos momentos. Por otra parte, nunca se sabe, por muy irracionales que sean las decisiones, hasta dónde son capaces de llegar las dictaduras”.

JULIÁN GRIMAU, MI REFERENCIA COMUNISTA.

Al principio dije que explicaría por qué el camarada Julián Grimau García era, es y seguirá siendo mi referente en el Partido Comunista de España, ello es así, por cuanto, fue un camarada que entregó su vida por una causa: El Comunismo democrático, que ha sido y es el modo, a la vez que ideológico y organizativo, de reunir los estímulos espontáneos a la rebelión ante la injusticia, la opresión y al cambio de rumbo de los dos preceptos antes referidos, también es la voluntad de hacer una previsión racional del devenir de la historia, introduciendo en ella el papel de una realidad de lucha capaz de acelerar o de modificar su curso, es decir, la clase obrera y su partido político, esto es el Partido Comunista de España.

El trabajo incansable de Julián Grimau fue el de un ritmo acelerado, con el mismo olvido de sí, no perdía el tiempo en comer, ni en curarse las numerosas gripes y catarros que solía coger en sus idas y venidas, de una entrevista a otra bajo la lluvia. Despreocupado de sí mismo y profundamente ocupado de los demás, dejando siempre para más adelante el descansar o el cuidarse.

No subestimaba las dificultades, sabía localizarlas, a medida que surgía una dificultad, su razonamiento se disparaba automáticamente a la búsqueda de una o más formas de superarla; el muro de dificultades se tornaba para él abordable y sabía encontrar los caminos para atravesarla y superarla. No había problema sin solución, era un gran organizador y capaz de dar vida a cualquier acuerdo y a cualquier iniciativa. Julián Grimau, atraía a los camaradas con sus razonamientos sencillos y claros y, sobre todo, con su ejemplo; él mismo poseía un elevado sentimiento del deber y de la disciplina y lo inculcaba a quienes estaban en contacto con él.

Para él no había tareas grandes y pequeñas, lo mismo se entregaba a las labores de dirección más elevadas y responsables, que se pasaba horas y horas, durante la noche, rodeado de nubes de tabaco, copiando a máquina los artículos de los corresponsales obreros para Radio España Independiente. Como se dice en el argot popular, no tenía reparo “a perder los anillos” ocupándose de las labores más modestas. Y todo esto sin perder nunca su sencilla dignidad.

Santiago Carrillo, que le conoció muy cerca dijo de Julián Grimau: “Jamás le he visto adular a nadie, disimular su opinión ante un camarada más responsable, hacer nada que le rebajase”. También dijo de él: “Conociéndole muy bien, estoy seguro de que en sus últimos momentos, con la conciencia en paz con su Partido y con su pueblo, su único sufrimiento debió ser no haber podido proporcionar una felicidad mayor a Ángela y a sus hijas Lola y Carmen.

Sólo me resta añadir; Julián Grimau, murió como vivió, su altruismo y generosidad que caracterizo toda su vida reglaron su conducta en los meses terribles de sufrimiento que padeció, ante sus torturadores y sus asesinos en funciones de jueces.

Cada uno de los que tomaron parte en su suplicio y en su muerte y le vieron de cerca sabe que es partícipe o cómplice de un crimen cuyo autor principal fue Franco, el criminal de guerra, genocida y general mediocre de un dictador sin escrúpulos.

Sus cincuenta años de vida se encuentran más llenos, más ricos de actividad, de peripecias y acontecimientos, de lo que podrían estarlo las vidas sumadas de varias personas centenarias.

¡Qué deprisa vivió Julián Grimau!

por Francisco Javier Mingorance. Miembro del Comité local de la Agrupación de Almería del PC

Categorías: Memoria Democrática

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