La Guerra Civil española

21 de Julio de 2016

INTRODUCCIÓN

Los orígenes de Guerra Civil Española se remontan siglos atrás en la historia de España. La idea de que los problemas políticos podían solucionarse de manera más natural por la violencia que por el debate se encontraba firmemente arraigada en un país como el nuestro en el que, durante mil años, la guerra civil había sido, si no exactamente la norma, ciertamente no una excepción.

La guerra que duró desde 1936 a 1939, era el cuarto conflicto de estas características desde 1830,

La Guerra Civil fue la culminación de una serie de accidentadas luchas entre las fuerzas de la reforma y las de la reacción que dominaban la historia española desde 1808.

Existe una constante curiosa en la historia moderna de España que procede de un frecuente desfase entre la realidad social y la estructura de poder político que la regía. Los largos períodos durante los cuales los elementos reaccionarios han intentado utilizar el poder político y militar para retrasar el progreso social se han visto inevitablemente seguidos de estallidos de fervor revolucionario. Concretamente, en 1850, 1870, entre 1917 y 1923, y principalmente, durante la Segunda República, se llevaron a cabo esfuerzos para poner la política española en sintonía con la realidad social del país. Ello implicó, irremediablemente, intentos de introducir reformas fundamentales, especialmente agrarias, y de llevar a cabo redistribuciones de la riqueza.

Tales esfuerzos provocaron, alternativamente, intentos reaccionarios de detener el reloj y reimponer la tradicional desigualdad en la posesión del poder económico y social. Así, hubo progresivos movimientos aplastados por el general O’Donnell en 1856, el general Pavía en 1874 y el general Primo de Rivera en 1923.

Por tanto, la Guerra Civil Española, (1936-1939) representó la última expresión de los intentos de los elementos reaccionarios en la política española de aplastar cualquier reforma que pudiera amenazar su privilegiada posición.

LAS PÉRDIDAS HUMANAS DE LA GUERRA CIVIL

Las cifras de pérdidas humanas ocasionadas por la Guerra Civil y por inmediata posguerra siguen siendo objeto de gran debate, tanto por motivos ideológicos como por las diferentes formas utilizadas por los autores en el cómputo de bajas. Para llegar a datos verosímiles sobre la magnitud del desastre hay que barajar tanto causas directas (muertos en combate, represalias en retaguardia, exiliados y fusilamientos de republicanos posteriores al 1 de abril de 1939), como factores indirectos (bajada de natalidad o aumento de la mortalidad durante la contienda, por malnutrición y enfermedades).

Las cifras de muertos en el campo de batalla proporcionadas por diversos autores, incluyendo víctimas de bombardeos, se sitúan entre 100.000 y 400.000, siendo esta última probablemente exagerada. En lo tocante a la represión realizada por las fuerzas franquistas, las últimas investigaciones apuntan a unos 150.000 fusilados entre 1936 y 1943. En ese período existieron más de 100 centros de internamiento, por los que pasaron alrededor de 400.000 reclusos. En julio de 1937 el bando sublevado crea la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros, para gestionar de forma más ordenada la represión en las zonas bajo su dominio, pero la propia marcha de la guerra y la cantidad de presos impiden que se desarrollen una red de centros estable.

El 23 de agosto de 1936 se crearon los llamados Tribunales Populares, en un intento de frenar las posibles irregularidades, mientras que en octubre del mismo año se instituyeron los Jurados de Urgencia, los de Guardia y los de Seguridad. La República intentó así ir recuperando, no siempre con éxito, tanto su autoridad como la legalidad (con el fin de evitar más desmanes y mejorar su imagen internacional, el 14 de agosto de 1938 el Gobierno llegó incluso a prohibir la ejecución de las penas de muerte).

Para completar esta panorámica, hay que mencionar las cifras de exiliados, que se situarían entre 250.000 y 300.000, así como las achacables a factores demográficos, que podrían explicar la pérdida de entre 50.000 y 160.000 vidas (entre 1935 y 1939 hay una drástica caída demográfica del 25’74 al 16’45 por mil). En cierto modo, todas las pérdidas humanas ocasionadas por la contienda podrían acercarse al mítico millón de muertos, inmortalizado por la novela homónima de José María Gironella, continuación de la trilogía que comenzó con Los cipreses creen el Dios y que continúo con Ha estallado la paz.

LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

Desde el principio de la Guerra Civil comenzaron a llegar a España voluntarios para luchar con las fuerzas del bando republicano, como los integrantes de la Columna Lenin, creada por el POUM en el frente de Aragón en julio de 1936, (en la que luchó el escrito británico George Orwell) o pocos soldados rusos llegados a Madrid a finales de agosto junto al embajador soviético Marcel Rosenberg. Sin embargo, la idea de organizar una fuerza de voluntarios internacional para ayudar a la República española nació del Secretario del Partido Comunista Francés, Maurice Thorez, en septiembre de 1936 y contó con el respaldo de la Unión Soviética, aunque la participación de ésta en el empeño había que ocultarse, para no irritar a las potencias occidentales.

Los primeros 500 voluntarios llegaron al puerto de Alicante el 12 de octubre de1936 y se concentraron el Albacete, donde André Marty, un francés veterano de la Primera Guerra Mundial constituyó las dos primeras Brigadas Internacionales, (de un total de 5) la XI y la XII, que entraron en combate el 8 de noviembre en el frente de Madrid. Al principio, estas brigadas, cada una de ellas 3000-5000 hombres y compuestos por 3 o 4 batallones, constituyendo un ejemplo de disciplina en un entorno dominado aún por milicias poco organizadas. Sin embargo, al ser fuerzas de choque destinadas a posiciones clave y estar formadas sobre todo por profesionales sin mucha formación militar, sus bajas en combate fueron enormes. De los 40.000 voluntarios llegados durante toda la guerra para alistarse en las Brigadas Internacionales, se calculan que murieron unos 18000 y que en cada momento de la contienda hubo en torno a 15000 en los frentes.

Entre los componentes de estas brigadas, gran parte de ellos comunistas o simpatizantes de la Revolución Rusa, hubo hombres de unos cincuenta países, siendo los más representados Francia con 10000, Alemania y Austria con 5000, Italia con 3000, EE. UU. con 2800, Gran Bretaña con 2000, Checoslovaquia con 1500 y Yugoslavia con 1200. A diferencia de los contingentes que acudían en ayuda del bando fascista, los internacionalistas solían viajar de forma clandestina e ilegal, (amparándose en redes de apoyo comunista) para no llamar la atención de sus gobiernos o de naciones hostiles, y llegaban a España sin armamento y sin estar encuadrados en organización militar alguna.

Al principio los batallones brigadistas con nombres como Lincoln, Comuna de París o Garibaldi sólo estaban formados por extranjeros, pero en el curso de la guerra se fueron incorporando a unidades del Ejército Popular de la República. En general, aunque los brigadistas participaron en muchas batallas cruciales de la Guerra Civil: Madrid, Guadalajara, Brunete, Belchite, Ebro o Teruel, su actuación no fue militarmente decisiva, aunque si tuvo una gran importancia simbólica.

En virtud del acuerdo alcanzado entre el Gobierno de Juan Negrín y el Comité de No Intervención , el 15 de noviembre de 1938 desfilaron en Barcelona los últimos brigadistas, ya no quedaban más de 10000, para finalmente despedirse de una República a punto de desaparecer como institución de gobierno legalmente constituida.

Muchos años después de reinstaurarse la mal llamada democracia española con un rey que los españoles tiene que tragar a la fuerza, sin someterse a las urnas, el 19 de enero de 1996 se aprobó una norma que concedía la nacionalidad española, mediante carta de naturaleza a aquellos brigadistas supervivientes que la solicitaran.

BREVE HISTORIA PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA

El 14 de noviembre de 1921 se funda el Partido Comunista de España (PCE) de los llamados terceristas del PSOE, (partidarios de la adhesión a la Tercera Internacional Comunista) para asumir los presupuestos de la revolución bolchevique de 1917.

En vísperas de la proclamación de la II República el PCE era un partido minoritario que sólo contaba con unos 1.000 militantes y cuyos principales baluartes se encontraban en Andalucía y Asturias. Esta formación netamente obrera, que consideraba la Constitución republicana como un signo de contrarrevolución, no cosechó más que unos 60.000 votos en las primeras elecciones. Sin embargo, dicha postura calificada de equivocada por la propia Internacional Comunista, cambiará cuando ésta opte por favorecer la alianza con los partidos de izquierda burgueses tras la llegada de Hitler al poder en enero de 1933

En las elecciones de este mismo año el PCE obtiene 200.000 votos y su Secretario General José Díaz Ramos propone, sin éxito, un frente antifascista a socialistas y anarquistas.

Tras su creación en abril de 1934 del sindicato comunista Confederación General del Trabajo Unitario y del fracaso de la revolución de octubre del mismo año, (en la que participa activamente junto a los socialistas) el PCE propugna a finales de 1935, en línea con otros partidos de izquierda, la necesidad de constituir una amplia coalición, que cuajará en el Frente Popular, y de unir fuerzas con los socialistas, iniciativa ésta que se materializa en la constitución de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), en abril de 1936 respectivamente.

En la primavera de 1936, con unos entre 40.000-60.000 afiliados y 17 diputados, entre ellos una figura carismática como Dolores Ibárruri Gómez, La Pasionaria, integrante del partido desde sus inicios. El PCE es ya una fuerza política de peso.

Tras el golpe de Estado, el PCE, siguiendo las directrices de Moscú, cuya ayuda era imprescindible para una República abandonada por las potencias occidentales, y con el fin de atraerse a las izquierdas moderadas y socavar la mayor influencia de ugetistas y cenetistas, hará especial hincapié en postergar la revolución y supeditarla a la victoria en la guerra. Esta posición le granjeará, paradójicamente para un partido leninista, un gran apoyo entre las clases medias y los pequeños propietarios. 

El apogeo de su influencia, tanto política como militar coincidirá con los gabinetes del socialista Juan Negrín López, (mayo 1937-1939). Ya que el Presidente de la República se apoyó en quien verdaderamente creían en la lucha y en la defensa de la República.

Tras la victoria franquista, los líderes del PCE se exilian, mientras el partido mantiene hasta 1952 su apoyo a los últimos focos de resistencia armada interior, (el maquis).

En 1956, el PCE propugna ya la reconciliación nacional, pero en las primeras elecciones mal llamadas democráticas de 1977, celebradas al poco tiempo de su legalización, no logra los resultados esperados, (obtiene 12 diputados), a pesar de su importante papel en la oposición.

A partir de 1977, su nueva política de aceptación de la nueva democracia impuesta la expresará su Secretario General, Santiago Carrillo Solares en un libro, que lleva por título: Eurocomunismo y Estado.

Más tarde corregidos los errores de la teoría del Eurocomunismo, el 13 de abril de 2009, el PCE expone con meridiana claridad en un manifiesto y con motivo del Setenta y Ocho Aniversario de la II República Española, que la clase obrera no tenga que sufrir la actual situación de crisis sistémica, siendo por ello, que hay que afrontar la coyuntura económica a través de la ruptura del pacto constitucional dado en 1978 y la apertura de un proceso constituyente por la III República Española.

En el mismo manifiesto el PCE declara que el capitalismo ha fracasado y que no se deben hacer esfuerzos por su refundación, no es considerable para solucionar los problemas sociales y económicos de la humanidad y hay que cambiar el sistema, declarando que hay que emprender, como ya han comenzado a desarrollar otros países, lo que denominan: el cambio del socialismo del siglo XXI.

EL PARTIDO OBRERO DE UNIFICACIÓN MARXISTA (POUM)

El Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), que contaba en sus inicios con unos 7.000 militantes, se funda en Tarrasa, en la clandestinidad, el 29 de septiembre de 1935 y señala la fusión del Bloque Obrero y campesino, dirigido por Joaquín Maurín y especialmente arraigado en Cataluña y Baleares, e Izquierda Comunista, pequeño grupúsculo liderado por Andreu Nin y con seguidores en Madrid, Asturias y Extremadura. Ambas formaciones procedían de escisiones del PCE, pero tanto Maurín como Nin habían formado parte anteriormente de la rama comunista de la CNT, sindicato que habían abandonado después de que éste decidiera retirarse en 1922 de la Internacional Comunista. En ese momento, Maurín pasa al PCE y Nin viajará a la Unión Soviética, donde su cercanía a Trotsky acabará por precipitar su expulsión del país en 1930.

Toda esta trayectoria ideológica hará que el POUM se conforme como un partido de izquierdas radical cuyas máximas serán la revolución social, la dictadura del proletariado y el antiestalinismo, todo ello aderezado con una fuerte impronta catalana.

El 1936 el POUM se integra en el Frente Popular, pero subrayando el carácter coyuntural de su apoyo.

Entre septiembre y diciembre de 1936, Andreu Nin es Consejero de Justicia de la Generalitat, mientras el partido funda sus propias milicias y participa en gran número de comités obreros. Sin embargo, el fortalecimiento del recién constituido Partido Socialista Unificado de Cataluña, comunista y de fuerte influencia soviética, hace que el POUM se acerque de nuevo a la CNT y dificulta su permanencia en las instituciones republicanas.

La luchas soterrada entre los dos partidos comunistas se insertará en las pugnas intestinas del bando republicano y sobre todo, en el avance de un PCE, aupado por el apoyo de la Unión Soviética a la República. Las andanadas antisoviéticas de La Batalla, principal órgano de prensa del POUM, y las acusaciones del PCE y del PSUC contra el POUM, al que califican de contrarrevolucionario, colaborador del fascismo y trotskista, (aunque Trotsky le había retirado su aval por su apoyo al Frente Popular) culminan en los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, que enfrentarán a sus bases de la CNT y el POUM, por un lado, y a la Generalitat, el PCE y el Gobierno de la República, por otro.

Este grave conflicto, que arrojará un saldo de alrededor de 200 muertos, proporcionará a los comunistas la ocasión para forzar la caída del Gobierno de Francisco Largo Caballero, la disolución del POUM y un juicio contra sus dirigentes, en el que, sin embargo, no se pudieron presentar, por imposibles, pruebas de su connivencia con el bando franquista.

En medio de esta ofensiva contra el POUM, y también contra la CNT, se producirá la desaparición del líder trotskysta Andreu Nin.

EL PARTIDO NACIONALISTA VASCO (PNV)

Sabino Arana es el fundador del PNV en Vizcaya en 1895, para reivindicar una cultura vasca étnica y los fueros abolidos en 1876.

Después de su muerte. Ocurrida en 1903, el PNV, que ya había conseguido concejales en ayuntamientos de Vizacaya, va extendiéndose a otros territorios del País Vasco y Navarra.

En 1911 se funda el sindicato nacionalista Solidaridad Obrera de Vascos (SOV), que en 1933 se convertirá en Solidaridad de Trabajadores Vascos (STV). En 1916 el PNV pasa a llamarse oficialmente Comunión Nacionalista Vasca (CNV) y el 1918 obtiene sus primeros escaños en las Cortes.

El conflicto apuntado en 1915 con la expulsión del partido de Luis Arana, hermano del fundador, se consolida en 1921 con la escisión de un nuevo (PNV), más independiente.

El golpe de Estado de Primo de Rivera, conlleva el cierre de los locales de este PNV, mientras que, en 1924, CNV lanza un manifiesto contra el separatismo y por la regeneración de España y del País Vasco.

En 1930, tras la dimisión del dictador, Primo de Rivero, PNV y CNV inician conversaciones para su reunificación, al tiempo que se funda un nuevo partido, Acción Nacionalista Vasca (ANV), formación aconfesional, republicana y liberal.

El PNV, ya reunificado, y los carlistas promueven el movimiento municipal que redacta en 1931 el Estatuto de Estella. El desencuentro con las autoridades republicanas, que declaran incompatible con la Constitución dicho estatuto, también se demuestra en la oposición del PNV a las medidas anticlericales del primer bienio.

En 1932 otro proyecto de estatuto es rechazado en Navarra, por lo que el PNV acepta continuar el proceso autonómico sin esta provincia, iniciando un giro hacia el centro. Con 12 diputados en Cortes, el PNV se convierte en el primer partido vasco en noviembre de 1934, después de que el año anterior una asamblea de municipios aprobara otro borrador de estatuto. La tramitación de éste se paraliza por discrepancias sobre la inclusión de Álava.

En las elecciones de febrero de 1936 el PNV pierde votos, pero sigue siendo la agrupación más votada en el País Vasco.

El acercamiento al Frente Popular queda patente con la inclusión de José Antonio Aguirre en la Comisión de Estatutos como secretario y se consolida cuando el PNV, a cambio de la promulgación inmediata de la autonomía vasca, que se produce el día 1 de octubre de 1936, decide apoyar la legalidad republicana tras el golpe de Estado.

El País Vasco autónomo, reducido a Vizcaya y una parte de Guipúzcoa, se rinden a las tropas franquistas en junio de 1937, después de negociaciones secretas entre el Gobierno Vasco y el Vaticano, y de la firma de Santoña de una paz a espaldas de los políticos republicanos con el contingente italiano.

La presencia del PNV en el Gobierno de la República, sin embargo se mantendrá hasta 1938. Posteriormente las actividades del PNV se centrarán en el Gobierno Vasco en el exilio.

Con el retorno de la mal llamada democracia, controlada por las élites financieras, con el favor de militares, clero y políticos del anterior régimen dictatorial, reconvertidos en demócratas de casi toda la vida, con un nuevo estatuto de autonomía, el PNV volverá a ser el Partido hegemónico en las instituciones vascas.

CONFEDERACIÓN NACIONAL DEL TRABAJO (CNT)

La Confederación Nacional del Trabajo, (CNT) de ideología anarquista, era sin duda la principal fuerza sindical al inicio de la Guerra Civil, contaba con unos 500.000 afiliados y una capacidad de movilización que superaba con mucho esa cifra.

Se había fundado en 1910 en Barcelona, en torno al periódico Solidaridad Obrera, con el fin de destruir el sistema capitalista, desde prácticas mucho más radicales que las de la Unión General de Trabajadores (UGT) socialista, cuyo reformismo criticaba. En un principio formó parte de la Internacional Comunista, pero su línea crítica con la Unión Soviética la llevó a afiliarse a la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), fundada en 1922.

En general, dentro de la CNT coexistieron dos corrientes: la Radical de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), fundada en 1927, partidaria de la acción directa y la violencia revolucionaria, que representaban figuras como Juan García Oliver y Buenaventura Durruti, del grupo de Los Solidarios, y la moderada, más posibilistas, que encarnaron personas como Ángel Pestaña, impulsor del Manifiesto de los Treinta en 1931.

En el momento del alzamiento, muchos militantes de la CNT ya contemplaban el advenimiento inminente de una nueva sociedad libertaria, (como se había demostrado en el Congreso del sindicato, celebrado en mayo de 1936) de modo que aprovecharon la nueva coyuntura, y la fuerza que les concedía el apoyo prestado al Gobierno central y al de la Generalitat catalana en la derrota parcial de la coyuntura militar, para imponer la tan esperada revolución en las zonas que controlaban, especialmente en Cataluña y el occidente de Aragón. Sin embargo, al no tener el monopolio de los comités revolucionarios surgidos por doquier en las zonas en las que fracasó el golpe militar, en noviembre de 1936 la dirección de la CNT se vio obligada a entrar en el Gobierno de Largo Caballero para consolidar su posición política, admitiendo que la derrota de la República burguesa, que tanto habían denostado, supondría también el fin del proyecto libertario.

Las bases cenetistas no aceptaron la posición de dirigentes como Federica Motseny, ministra de Sanidad, o Juan García Oliver, ministro de Justicia, y se resistieron a las medidas de centralización del aparato militar que, bajo la presión comunista, imponía el gabinete. Los enfrentamientos registrados en mayo de 1937 en Barcelona entre militantes de la CNT y del POUM, por un lado, y comunista y fuerzas de seguridad, por otro, acabaron con la representación anarcosindicalista en el Gobierno y marcaron el fin del experimento revolucionario anarquista. La presencia institucional de la CNT se fue diluyendo a lo largo de la guerra. En la oposición al franquismo y durante la mal llamada transición a la mal denominada democracia, la CNT nunca recuperó la fuerza abrumadora de épocas pasadas.

PARTIDO SOCIALISTA OBRERO ESPAÑOL

Fundado en 1879 en Madrid por el tipógrafo Pablo Iglesias Posse, quién también establecería en 1888 su rama sindical, la Unión General de Trabajadores (UGT), el PSOE, principal partido de la izquierda en los primeros años treinta, inicia la Segunda República sin haber resuelto su pugna interna entre moderados y radicales, que ya se había manifestado durante la dictadura de Primo de Rivera y que, ante el impacto de la Revolución Rusa de 1917, produjo en 1921 la escisión de parte de sus juventudes, que constituirían el Partido Comunista de España (PCE).

Los principales líderes del partido de Indalecio Prieto Tuero y de Francisco Largo Caballero, sin determinar que era más prioritario para el PSOE, sostener la República o promover un cambio social radical, acordarán cooperar por el momento con la Acción Republicana de Azaña en los gobiernos del primer bienio republicano, y así promover u régimen laico que tomara importantes medidas laborales, educativas o referentes al reparto de la tierra a través de la reforma agraria. La imposibilidad de profundizar en ésta hasta donde exigían las bases agrarias socialistas será determinante para explicar el fin de la coalición republicano-socialista.

Tras las elecciones de noviembre de 1933, que ganará la CEDA y el Partido Radical, los militantes, los militantes y dirigentes del PSOE y la UGT se irán radicalizando.

La entrada de la CEDA en el gobierno en el otoño de 1934 dará la señal para el inicio de la Revolución de Octubre, que, con el apoyo de gran parte de los líderes del PSOE, trataba de establecer una república socialista. El desarrollo del levantamiento armado, que sólo logró aunar a todas las fuerzas obreras de Asturias y que cayó finalmente ante una represión que produjo cientos de muertos y detenidos, inclinará la balanza dentro del PSOE hacia la vía revolucionaria propugnada por Francisco Largo Caballero.

Los socialistas concurrían a las elecciones de febrero de 1936 dentro del Frente Popular de izquierdas, pero no habrá un presidente de gobierno socialista hasta septiembre de 1936, momento en que el propio Francisco Largo Caballero accederá al cargo, una vez iniciada la guerra. El gabinete, que tratará de acercarse a la CNT y que contará con Prieto en el Ministerio del Aire y la Marina, dará paso en marzo de 1937 a otro presidido por el también socialista Juan Negrín López, quien, sin embargo, se apoyará sobre todo en los comunistas, avalados por el apoyo bélico soviético.

Tras la caída de la República, los principales líderes socialistas se dispersarán por el exilio o serán víctimas de la represión franquista y el PSOE, que mantendrá viva su estructura, sobre todo fuera de España, se convertirá en uno de los principales partidos de la mal llamada transición democrática española a la muerte del criminal de guerra y genocida Franco.

PARTIDO REPUBLICANO RADICAL

La figura del abogado y periodista Alejandro Lerroux García (1868-1949) domina la trayectoria del Partido Republicano Radical, fundado en Barcelona en 1908 con la pretensión de aunar a las clases medias anticatalanistas y alarmadas por las tendencias revolucionarias de socialistas y anarcosindicalistas, en torno a un discurso republicano vagamente progresista, anticlerical y fundamentalmente demagógico.

El Partido Radical, presente en el Pacto de San Sebastián y en los primeros gobiernos republicanos, apoyará inicialmente, desde una cierta opción de centro, las medidas laicizantes y anticlericales del primer bienio, hasta que sus disensiones con los socialistas muestren claramente su giro a la derecha, que se materializará en las elecciones de 1933. Entre esta fecha y octubre de 1934, momento en que la CEDA entra en el gobierno, los gabinetes sólo estarán integrados por miembros del Partido Radical, aunque siempre con el apoyo exterior dela CEDA.

En medio de la contrarreforma que suponen los gobiernos del período, de la aguda agitación social y de la competencia de radicales y cedistas por el control de las clientelas locales, el partido de Leroux, a la falta de unas bases y de una ideología inequívocas, se irá descomponiendo progresivamente. Llegará solo a las elecciones de febrero de 1936, (después de dos escisiones y de los escándalos financieros que precipitarán su caída del gobierno) quedando al margen de los frentes de derecha e izquierda que determinaran el resultado electoral.

La influencia del Partido Radical que pasará de tener 93 diputados en 1931 a 8 en 1936, desaparecerá por completo durante la Guerra Civil.

Alejandro Lerroux, que durante la contienda y hasta 1947 permanecerá exiliado en Estoril, Portugal, volverá a España en ese mismo año y morirá en Madrid en 1949.

CONFEDERACIÓN ESPAÑOLA DE DERECHAS AUTÓNOMAS

(CEDA)

Con la pretensión de ser una gran coalición de derecha, de la CEDA, en cierto modo heredera ideológica de la Unión Patriótica de Primo de Rivera, surge ante las elecciones de noviembre de 1933 de la colaboración de Acción Popular, agrupación dirigida por José maría Gil-Robles y Quiñones de León con numerosos grupos de pequeños comerciantes, empresarios y agricultores, sobre todo de lo que se denominó Castilla la Vieja y León, así como de terratenientes andaluces. Durante su corta vida política, el ideario de la CEDA se basará en la doctrina social dela iglesia, en elementos como el corporativismo del canciller austriaco Dollfus y en un activismo cercano al fascismo, como el practicado por las Juventudes de Acción Popular (JAP).

A falta de una mayoría clara, después de las elecciones del196 de noviembre de 1933, la CEDA, aunque fue el partido que logró más escaños, no accedió al Gobierno, cuya formación encargó al presidente de la República, Aniceto Alcalá-Zamora y Torres, a Alejandro Lerroux, líder del Partido Republicano Radical. La coalición de derechas católica iba a sustentar desde fuera a los sucesivos gobiernos de Lerroux, hasta ese momento anticlerical, con la intención de proceder a la llamada rectificación del primer bienio republicano, y no accederá a ninguna cartera ministerial hasta el 4 de octubre de 1934.

Hasta finales de 1935, la coalición radical-cedista hacia aguas por el descontento social, los escándalos financieros de Lerroux y las crecientes divergencias entre sus integrantes. Alcalá-Zamora, siempre opuesto a otorgar a Gil Robles la presidencia del Gobierno, convocó elecciones en febrero de 1936. En medio de una polarizada campaña electoral, Gil Robles confiaba en una victoria arrasadora en las urnas, tanto para imponer la reforma constitucional, de signo autoritario, que pretendía, como para mantener su liderazgo en el grupo derechista hegemónico. Sin embargo, el resultado fue que su laxo Frente Nacional Contrarrevolucionario, en el que había desde falangistas a alfonsinos, perdió las elecciones ante el Frente Popular de izquierdas, sobre todo en las grandes capitales.

La CEDA se radicalizó, hasta optar por una vía netamente antiparlamentaria y militarista, pero, a pesar de todo, después del alzamiento militar, su papel político dentro del bando franquista se tornó irrelevante.

FALANGE ESPAÑOLA

Falange Española (FE) fue fundada en octubre de 1933 por José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, recogiendo influencias diversas del fascismo italiano, del conservadurismo religioso y de las ideas de orden y jerarquía.

En febrero de 1934, FE se unió a las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) de Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo Ortega, grupo que proporcionó a la nueva FE de las JONS un componente más revolucionario, de abierta confrontación con la República.

A pesar de sus constantes acciones callejeras, Falange no recabó grandes apoyos ni populares ni financieros. En las elecciones de 1936 el partido no logró ni un solo escaño en el parlamento. José Antonio fue pronto detenido por las autoridades del Frente Popular y fusilado después del levantamiento militar de julio. Sin embargo, con el inicio de la Guerra Civil, Falange comenzó a ser un apartido de aluvión cuyos militantes dirigían las acciones represivas en la retaguardia, aunque su agrupación no estuviera siquiera representada en la Junta de Defensa Nacional constituida el 25 de julio de 1936.

El criminal de guerra y genocida Franco encontró en una Falange descabezada por la muerte de su líder el soporte ideológico que necesitaba para aglutinar a los dispares partidarios del golpe militar. Con la colaboración de Ramón Serrano Suñer, promovió la unificación en abril de 1937 de todas esas fuerzas en torno a un nuevo partido, FET de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las JONS), que reunía, a regañadientes, a regañadientes, bajo la indiscutible égida del criminal de guerra y genocida Franco, a falangistas y carlistas de la Comunión Tradicionalista; convirtiendo automáticamente a militares y funcionarios en miembros del partido.

Desde comienzos de 1936 hasta las vísperas del decreto de unificación, falange había pasado de tener 25.000 afiliados a más de 250.000.

Según el decreto de 1937, Falange se basaba en una Jefatura Nacional ocupada por el Supremo Caudillo del Movimiento, (Franco); un Secretario General, nombrado por Franco, que era entonces Raimundo Fernández-Cuesta Merelo, así como una Junta Política y un Consejo Nacional, ambos con pocas atribuciones independientes. Los camisas viejas de Falange fueron poco a poco abandonando los puestos de responsabilidad del nuevo del nuevo régimen, a medida que Serrano Suñer perdía influencia. De este modo, Falange fue utilizada simbólicamente y colaboró de buen grado con el franquismo en ámbitos como la propaganda, la prensa y la organización sindical, a través de instituciones como el Frente de Juventudes, la Sección Femenina o el sindicato vertical, pero apenas influyó en la evolución económica del franquismo ni en la gestión de sus asuntos exteriores. Tampoco logro imponer sus criterios en materias como la socialización escolar y la censura, en los que acabó dominando la jerarquía eclesiástica.

En 1945 FET y de las JONS pasó a llamarse oficialmente Movimiento Nacional.

El 1 de abril de 1977 el Gobierno de Adolfo Suárez González suprimió oficialmente el partido y todos sus símbolos, hasta entonces omnipresentes. Desde 1975 vienen proliferando las formaciones que se presentan como herederas de Falange, pero sus resultados electorales desde la mal llamada transición han sido irrelevantes.

LOS REQUETÉS

Los Requetés o boinas rojas eran la fuerza de choque del carlismo, movimiento tradicionalista católico y antiliberal surgido en los años veinte del siglo XIX en torno a la reivindicación del trono español por parte de Carlos María Isidro de Borbón, hermano menor de Fernando VII. Esta disputa política y dinástica ocasionará tres guerras carlistas en ese mismo siglo.

Siguiendo el modelo de los Camelots du Roi franceses, establecido por el grupo de extrema derecha galo Action FranÇaise, el Requeté se funda en 1907 como organización juvenil, aunque a partir de 1912-01913 comienza a tomar estructura paramilitar y se curte en enfrentamientos callejeros contra republicanos y revolucionarios.

El carlismo llega a la Segunda República dividido por la escisión producida en 1919 por juan Vázquez de Mella y Fanjul, que pretendía el resurgimiento regional mediante una monarquía unificadora. La muerte en 1931 del pretendiente Don Jaime, soltero y sin hijos, al que releva su tío Alfonso Carlos, un anciano de 82 años, propicia la reunión de mellistas e integristas en un frente antirrepublicano centrado en la defensa de la iglesia. La designación en 1934 del abogado andaluz Manuel Fal Conde como secretario político de la renovada Comunión Tradicionalista de 1932 (que a efectos parlamentarios funcionaba como Partido Tradicionalista) subraya la reorganización del Requeté como grupo militar, ya comenzada anteriormente con iniciativas como la creación en 1931 de las decurias (formaciones paramilitares de diez hombre que el Carlismo creó tras constituirse la Segunda República española) de Navarra, baluarte principal del carlismo.

En 1935 los requetés ya contaban con cerca de 6.000 combatientes en esa provincia, y con secciones en Cáceres, Huelva o Sevilla. Las milicias se habían articulado mediante juntas constituidas por sacerdotes locales y militares, retirados por la Ley Azaña o en activo, como el general José Enrique Varela Iglesias, (apodado el padre Pepe) que redactó sus estatutos. En enero de 1936 se completa el tercio de Pamplona y, tras la victoria del Frente Popular, Mola inicia en esta ciudad negociaciones con los carlistas, que ya disponían de una fuerza movilizable en 24 horas de alrededor de 10.000 hombres que, siendo las milicias de derechas mejor organizadas al combate de guerra, constituirán inicialmente el grueso del ejército del Norte.

Entre finales de 1936 y la primavera de 1937, el nuevo orden franquista, a pesar de tomar medidas simbólicas como la recuperación de himnos e insignias monárquicas, muy del agrado del carlismo, también promovió otras de mayor trascendencia, como el decreto de unificación de milicias y el de fusión política del tradicionalismo con Falange que dio lugar a FET de las JONS, que sorprendieron y desagradaron a los líderes tradicionalistas. Fal Conde perdió el control de su partido, sufriendo primero exilio en Lisboa, en 1936 y, tras la guerra, años de confinamiento en Mallorca.

Para entonces, España había sido proclamada monarquía, pero el criminal de guerra y genocida, Franco declaraba que él será su regente perpetuo. A su muerte, le sucedería Juan Carlos de Borbón, un monarca rechazado por los carlistas, por no atenerse a la estirpe regia y línea de sucesión que consideraban legítima, a parte, si cabe, de no pasar por las urnas para tal designación monárquica.

LA MUJER EN EL FRENTE Y EN LA RETAGUARDIA

El papel de las mujeres y de sus asociaciones en ambos bandos fue definido por la evolución de cada uno de ellos, sus diferentes concepciones de la mujer y las transformaciones sociales propiciadas por las guerras del siglo XX, que tendieron a sacar a las mujeres de su ámbito doméstico habitual. Denominado habitual desgraciadamente.

En el bando republicano la mujer partía teóricamente de una base más favorable a la equiparación con el hombre y en los primeros momentos de conflicto se la representó incluso como miliciana en los frentes, aunque su presencia en combate fue escasa y apenas deseada por las autoridades. Las principales organizaciones femeninas de la zona republicana fueron la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA), y su correlato catalán, la Unió de Dones de Catalunya (UDC), fundada en 1933 con la intención de aglutinar a todas las tendencias republicanas, aunque en ella predominaran las comunistas, y Mujeres Libres, de tendencia anarquista, que, surgida en septiembre de 1936 de la revista homónima, hacía más hincapié en la liberación de la mujer como individuo, sin supeditarla al esfuerzo bélico, y en el trabajo como derecho, no como necesidad coyuntural. La labor más importante de ambas organizaciones durante la guerra fue la educación de la mujer, junto a tareas como auxilio a los soldados, el trabajo en fábricas, el cuidado de desplazados, o iniciativas como los liberatorios de prostitución. Sin embargo, a pesar de medidas como la legalización del aborto en Cataluña en 1937, el papel tradicional de la mujer como madre no se vio apenas cuestionado.

En comparación con la zona republicana, en el bando franquista las organizaciones femeninas se vieron sometidas a un control todavía mayor por parte del nuevo Estado, las diferencias entre ellas se solventaron de forma más soterrada y el discurso oficial proclamó claramente un modelo de mujer abnegada y sometida al hombre en el ámbito doméstico, aunque, durante la contienda, esto no impidió su incorporación a labores de apoyo y sociales no muy diferentes a las realizadas por las mujeres republicanas.

Tras el decreto de Unificación de 1937 las funciones encomendadas a la mujer se distribuyeron entre la Sección Femenina (que, fundada en 1934 por José Antonio Primo de Rivera y dirigida por su hermana Pilar , se encargaría de la movilización y formación de las mujeres); la Delegación de Frentes y Hospitales (las margaritas carlistas, que, en pugna con la Sección Femenina, se ocuparían de atenderlas necesidades del frente), y el Auxilio Social (que, constituido en octubre de 1936 por Mercedes Sanz, viuda de Onésimo Redondo, se centró en actividades benéficas).

LOS FUSILAMIENTOS DE PARACUELLOS DEL JARAMA

En otoño de 1936 el ejército golpista, franquista se encuentra a las puertas de Madrid. Temiendo la caída inmediata de la capital, el Gobierno se traslada a Valencia el 6 de noviembre y al día siguiente se constituye la Junta de Defensa de Madrid (JDM), presidida por el general José Miaja Menant. Se plantea la necesidad de evacuar a los presos de la cárcel Modelo, cerca al frente, ante el temor de que caigan en manos de los atacantes y pasen a engrosar su ejército (entre ellos había muchos militares). En esa misma reunión la Dirección General de Seguridad pasa a depender de Santiago Carrillo Solares, que es nombrado Consejero de Orden Público y, por tanto, responsable de las prisiones.

El grueso de las sacas que termina ante un pelotón de fusilamiento en la zona de Paracuellos del Jarama, procedente de todas las cárceles de Madrid (no sólo de la Modelo), se produce entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre. A pesar del caos reinante en la ciudad, debido a los continuos bombardeos, la huida del Gobierno y la inseguridad producida por lo paseos y la acción de los pacos, (francotiradores franquistas ubicados en Madrid, disparaban tanto a milicianos como a las fuerzas de seguridad) no parece probable que Santiago Carrillo conociera el destino de los presos.

El día 10 de noviembre si lo sabían tanto el anarquista Melchor Rodríguez García, que durante cuatro días se pone al frente de la Dirección de Prisiones, cuyo titular se encontraba en valencia, para detener las sacas , como el propio Gobierno, que al día siguiente pide explicaciones sobre el asunto a la JDM. Además, el día 8 había tenido lugar una de estas siniestras operaciones, que llevó a la muerte, por la calle de Alcalá hasta cerca de Torrejón de Ardoz, a 414 presos de una caravana de ocho autobuses de dos pisos imposible de disimular en una ciudad en estado de sitio. Sin embargo, aunque Santiago Carrillo no pusiera fin a las sacas, según su testimonio porque el objetivo era defender la capital y lograr que el criminal de guerra y genocida Franco no pudiera organizar… dos o tres cuerpos de ejército, no puede atribuírsele con absoluta certidumbre la ejecución de unos traslados que ocasionaron 2000 muertos aproximadamente arriba o abajo.

Una hipótesis muy plausible para explicar las acciones conducentes a la eliminación de ciertos reclusos, (había listas con membrete de la DGS, lo que demuestra que no se mataba al azar) es la que alude a la implicación de los servicios secretos soviéticos, de la mano del famoso Alexander Mijáilovich Orlov, representante del poder estalinista muy activo en Madrid durante esos meses.

Sea como fuere, las trágicas sacas no se detuvieron hasta el 4 de diciembre, cuando las presiones diplomáticas y las protestas de ministros como Álvarez del Vayo acabaron por decidir al Gobierno a encargar a Melchor Rodríguez (llamado el Ángel Rojo por los presos), nombrándole oficialmente Delegado Especial de Prisiones, que atajará los asesinatos, imponiéndose a la autoridad superior del Consejero de orden Público.

Paracuellos se ha convertido en la contraseña de realizar prodigios desde la derecha y la ultraderecha para oscurecer, de forma pavloviana, (un modelo de estímulo-respuesta o aprendizaje por asociaciones) un terror muchísimo más brutal: el franquismo.

EL BOMBARDE DE GUERNICA

El devastador bombardeo de Guernica (Vizcaya) por parte dela Legión Cóndor alemana se produjo el 26 de julio de 1937 durante la campaña del Norte.

Cuatro elementos siguen centrando los debates sobre el episodio: las razones para destruir Guernica; las características del bombardeo; el número de víctimas y la responsabilidad última de la acción.

En primer lugar, gran parte de los autores indican que la localidad no era un objetivo militar de importancia, aunque sí constituía un centro de comunicaciones que las fuerzas republicanas podrían utilizar en su retirada, sin embargo, el importante puente de piedra de Rentería no fue destruido. Tampoco puede obviarse la importancia que tenía atacar el lugar donde se encuentran dos símbolos del nacionalismo vasco: la Casa de Juntas y el roble que hay junto a ella. Aunque ninguno de ellos fuera derribado, el impacto psicológico del bombardeo fue indudable.

Respecto a las características de la incursión, se suele señalar que duró entre dos y tres horas, que la realizaron por la tarde aviones Jukers y Heinkel; que estos lanzaron primero bombas explosivas convencionales y después bombas incendiarias, y que la población civil fue bombardeada cuando intentaba escapar del pueblo.

La cifra más habitual de víctimas es la que ofreció el propio Gobierno Vasco después de los sucesos: 1.645 muertos y 889 heridos. Sin embargo, ha habido historiadores que han reducido el número de víctimas mortales, quizás excesivamente en vista de la destrucción causada en la localidad (en torno al 70% o 75%, a una cifra que se sitúa entre 120 y 250 muertos.

La cuestión más espinosa es la responsabilidad del ataque. Inmediatamente después del mismo, y ante su negativa repercusión en la prensa extranjera, el gobierno sublevado de Burgos achacó la destrucción de Guernica a los propios republicanos que se batían en retirada. Años después el régimen del criminal de guerra y genocida Franco acabó abandonando esta inverosímil hipótesis que chocaba con los testimonios de los testigos para atribuir toda la culpa a la Legión Cóndor y a su jefe Richthofen. Sin embargo, resulta muy difícil creer que, dado el grado de centralización del mando militar franquista, éste no ordenara o, como mínimo, no conociera previamente la acción, máxime teniendo en cuenta que diversas fuentes citan entrevistas, bien del coronel Juan Vigón Suero-Díaz, jefe del estado Mayor del general Fidel Dávila y Arrondo Gil y Arija, o del propio Emilio Mola Vidal, con Wolfram Freiherr von Richthofen el día 25 por la tarde o el 26 por la mañana.

El cualquier caso, el bombardeo de Guernica se convirtió en símbolo tanto de sufrimiento de la población civil en tiempo de guerra como de la resistencia de la República Española.

El cuadro Guernica de Picasso, encargado por el Gobierno legítimo republicano al pintor antes del bombardeo y, más tarde, bautizado con el nombre del pueblo, llevó esos mensajes a la Exposición Universal en París de 1937.

EL FRENTE DEL NORTE

La batalla por el control del Norte, (Vizcaya, Santander y Asturias) en manos republicanas y vitales por sus zonas mineras e industriales, se prologó entre el 31 de marzo y el 21 de octubre de 1937, lentamente y con ataques frontales amparados en fuego aéreo y artillero.

Las tropas de Emilio Mola en el frente vasco contaban con 60.000 hombres, 50 baterías, 120 aviones y el apoyo de la Legión Cóndor alemana y del Corpo de Truppe Voluntarie italiano, mientras que las tropas republicanas, al mando de Francisco Llano de la Encomienda, tenían 50.000 soldados, 20 baterías, 12 carros, 25 aviones anticuados y sufrían la falta de entendimiento entre el Gobierno de Valencia y el vasco.

Después de las primeras ofensivas, que comienzan el 31 de marzo con el bombardeo de Durango, la lucha se paraliza prácticamente hasta el 20 de abril. El 26 se produce el bombardeo de Guernica y, poco después, el avance se interrumpe de nuevo durante gran parte de mayo. El 22 llegan algunos cazas republicanos y el 28 Mariano Gámir Ulibarri se convierte en jefe militar de Vizcaya, mientras Llano de la Encomienda pasa Santander como jefe militar del Frente Norte.

El 10 de junio las tropas franquistas de Fidel Dávila (Mola había muerto el día 3), llegan a las fortificaciones del cinturón de hierro bilbaíno. El Gobierno vasco, presionado por Indalecio Prieto Tuero, opta por no rendirse, aunque abandona la ciudad, que cae el 19 de junio, velando por la conservación de su infraestructura industrial.

Tras una nueva estabilización del Frente, debido a la concurrencia de la batalla de Brunete (Madrid), la ofensiva para tomar Santander se reanuda el 14 de agosto y la llegada de los italianos dos días después al Puerto del Escudo es decisiva. Entretanto, el contingente nacionalista vasco, atrincherado en Laredo y Santoña, pacta una paz separada con los italianos.

La toma de Asturias se produce con parsimonia y técnica similares: ataques desde el este y el sur, y acoso naval. Los 40.000 milicianos que defienden el Principado carecen de organización y no cuentan con aviones de apoyo ni con carros de combate. El 20 de octubre la Junta de Defensa vuela a Bayona y el 21, hundidos el destructor Ciscar y tres submarinos por la Legión Cóndor, Gijón cae en manos franquistas.

En toda la campaña del Norte los republicanos tuvieron alrededor de 30.000 bajas y los sublevados 10.000 muertos. El número de prisioneros rondó las 100.000 personas.

LAS BATALLAS DE BRUNETE Y BELCHITE

Las batallas de Brunete (Madrid) y Belchite (Zaragoza), registradas entre julio y septiembre de 1937, constituyen dos iniciativas casi consecutivas del Ejército Popular Republicano destinadas principalmente a aligerar la presión en el Frente Norte. Ambas fueron ofensivas por sorpresa que pretendían rodear a las tropas enemigas con la tenaza de dos ataques simultáneos y las dos fueron batallas encarnizadas libradas casa por casa y con un calor sofocante, cuyo resultado final se vio determinado por la aviación franquista.

Con su acometida desde Madrid los republicanos trataban de aliviar la presión sobre la capital y desviar tropas del Frente Norte mediante dos ataques, uno hacia Navalcarnero y otro que, partiendo desde Vallecas hacia el sur, confluyera con el primero para rodear a los sitiadores de Madrid. Al mando de José Miaja Menant estaban dos Cuerpos, el V, de Juan Guilloto León (Modesto), y el XVIII, de Enrique Jurado Barrio (un total de cinco divisiones, entre ellas las de Enrique Líster Forján y Valentín González González (El Campesino) con unos 60.000 hombres, 120 carros de combate, 60 bombarderos y otros tantos cazas.

Entre el 6 y el 11 de julio los republicanos rompieron las líneas franquistas y tomaron Villanueva de la Cañada y Brunete, pero su inexperiencia les llevó a detenerse ante Boadilla del Monte (cuartel general franquista en la zona). Tras el contraataque de las tropas de Varela, las divisiones 12, 13 y 150 de Asensio, barrón y Sáenz de Buruaga, que contaban con el empuje de los Heinkels y Messerschmitts alemanes, el ataque desde Vallecas no llegó a producirse, pues, había que sustituir a las bajas de los combates en la zona de Brunete y entre el 19 y el 26 los republicanos se replegaban prácticamente a sus posiciones de partida, después de librar una de las batallas más cruentas de la Guerra Civil (unas 20.000 bajas republicanas y 13.000 franquistas). A pesar de esa situación favorable, Franco no accedió a que Varela avanzara sobre Madrid.

La batalla en torno a Belchite y Quinto (Zaragoza), que alteró notablemente el por entonces tranquilo frente aragonés, se prolongó entre el 23 de agosto y el 6 de septiembre de 1937. El general Sebastián Pozas Perea estuvo al mando del operativo que pretendía quebrar el frente mediante dos puntas de lanza y llegar a Zaragoza en tres días. Las comunicaciones en la zona eran peores que al oeste de Madrid, pero la concentración de tropas sublevadas era menor.

La sucesión de las acciones fue similar a la de la batalla de Brunete: tras el éxito inicial de los republicanos, que, con el V Cuerpo y algunas divisiones del XII, rompieron las líneas enemigas en Zurea (al norte) y, con más determinación, cerca de Belchite (al sur), la falta de coordinación, de fuerzas de reserva y de inteligencia militar, así como la inexperiencia de los mandos intermedios, que se obcecaban en tomar ciertos enclaves (Belchite en esta caso) antes de avanzar, imposibilitaron la llegada a Zaragoza. Los republicanos ocuparon definitivamente Belchite el 6 de septiembre, pero la tenaz resistencia de los sublevados, más firmes en la defensa de sus posiciones que sus enemigos, frustró toda la operación.

El antiguo pueblo, arrasado, se encuentra aún junto al nuevo, como testimonio de una batalla en la que perdieron la vida unos 6.000 hombres.

LA BATALLA DE TERUEL

La ofensiva republicana de Teruel, concebida por el general Vicente Rojo Lluch y realizada por el Ejército del Este, al mando del general Juan Hernández Sarabia, pretendía frustrar los planes franquistas de ataque de Madrid tras la victoria del Norte (que parece ser fueron conocidos por los mandos republicanos gracias al cenetista Cipriano Mera Sanz, que se infiltró en la líneas enemigas).

Teruel fue elegida para esa maniobra de diversión porque, situada en el extremo sur del frente aragonés, su abastecimiento no sería fácil para las tropas sublevadas. El 15 de diciembre se inició la ofensiva con unos 40.000-70.000 hombres, que pronto completaron el cerco de la ciudad. Los defensores de ésta, dirigidos por el teniente coronel Domingo Rey d’Harcourt, abandonaron las alturas de La Muela y fueron haciéndose fuertes en ciertos edificios. Los combates callejeros eran tan intensos como el frío, que llegó a los 20º bajo cero.

El 22 de diciembre, cuando los republicanos ya habían tomado casi toda la ciudad, los cuerpos de Antonio Aranda Mata y José Enrique Varela Iglesias iniciaron el contraataque con el apoyo de la Legión Cóndor (que se había resistido a intervenir, considerando que su lugar estaba en el pospuesto ataque a Madrid). La contraofensiva consiguió romper el frente de La Muela pero la terrible ventisca (que causó frecuentes casos de congelación en ambos bandos) y la llegada de refuerzos de las Brigadas Internacionales frenaron su avance.

El 8 de enero se produjo la rendición de los restos de la guarnición turolense, pero el 17 el intenso fuego artillero del CTV italiano y el cuerpo de Juan Yagüe Blanco rompieron el frente al norte de Teruel, aunque los republicanos siguieron resistiendo. Entre el 5 y 9 de febrero se desarrolla la decisiva batalla de Alfambra en la que, bajo la dirección del propio Franco, 14 divisiones del general Fidel Dávila Arrondo logran quebrar definitivamente las líneas republicanas (con una inusitada acción de la 1ª división de caballería, quizás la última en su especie en las guerras contemporáneas)

El 20 de febrero, cuando Valentín González González, (El Campesino) aún resistía en Teruel, casi totalmente rodeado por Aranda, Hernández Sarabia decretó la evacuación de la plaza.

La batalla de Teruel fue una de las más crueles de la Guerra Civil. Los sublevados hicieron gran cantidad de prisioneros (entre 6.000 y 22.000 según las fuentes), capturando abundante material. Las cifras de bajas son enormemente imprecisas. Como mínimo, parece que los sublevados perdieron alrededor de 9.000 defensores de la ciudad, mientras los muertos entre los que acudieron a socorrerles oscilan entre 1.400 y 14.000. En esta ocasión, algunos autores cifran las bajas republicanas en torno a la mitad de las franquistas. De la desmoralización e indisciplina entre las tropas gubernamentales da fe el hecho de que más de cuarenta hombres fueron fusilados por insubordinación.

LA BATALLA DEL EBRO

La batalla del Ebro puede considerarse en muchos sentidos la más importante de la Guerra Civil española: Por su duración de tres meses y medio, medios empleados, por ser la que mayor concentración de artillería de toda la contienda, número de muertos, alrededor de 20.000, más de dos tercios de republicanos, encarnizamiento en la lucha e importancia a la hora de determinar el fin de la guerra y su vencedor.

En un momento muy delicado para la República, cuando el territorio bajo su control había quedado partido en dos, el Gobierno de Juan Negrín López y el ejército, al mando del general Vicente Rojo Lluch, decidieron tomar la iniciativa para frenar el avance de los rebeldes hacía Valencia y así ganar tiempo mientras se dilucidaba la situación internacional.

El recién constituido Ejército del Ebro que, a las órdenes de Juan Guilloto León (Modesto), cruzó dicho río por Mequinenza y Amposta la noche del 24 al 25 de julio de 1938 y sorprendió a los franquistas llegando a penetrar 40 kilómetros en su territorio, estaba formado por cerca de 100.000 hombres. La primera gran batalla tuvo lugar el 1 de agosto en Gandesa, donde se detuvo en avance de las tropas de Enrique Líster Forján. A pesar de la escasez de provisiones y de piezas del ejército republicano, éste recibió la orden de resistir y así lo hizo hasta principios de noviembre, en dos bolsas situadas en la ribera occidental del río, mientras se libraban feroces combates.

El 6 de agosto se inició el contraataque franquista (se reunieron unos 300 aviones en la zona), que fue haciendo retroceder a los republicanos, cuya inferioridad aérea quedó nuevamente demostrada , mientras que el 30de octubre comenzó la contraofensiva final. La guerra de desgaste que se había desarrollado en el frente del Ebro acabó así con el bombardeo de la sierra de Caballs y la retirada total de las tropas republicanas al otro lado del río el 16 de noviembre de 1938.

El éxito inicial de la batalla del Ebro causó problemas internos al bando franquista, que no estaba preparado para una derrota, y fortaleció el Gobierno del socialista Juan Negrín López, muy cuestionado por su dependencia según algunos de los comunistas, principales impulsores de la ofensiva en el Ebro; cuando lo que les unía en realidad era una misma causa de no rendirse a los sublevados y esperar que las potencias europeas demócratas les ayudaran. Sin embargo, finalmente, la batalla supuso el derrumbamiento del ejército de Cataluña y abrió la puerta para la derrota definitiva del bando republicano que, a diferencia del franquista, no podía compensar las pérdidas humanas y materiales que le había ocasionado la última ofensiva.

LA TOMA DE BARCELONA

Tras el fin de la batalla del Ebro, a mediados de noviembre de 1938, en Barcelona cundió el pánico, el desánimo y el temor. Los organismos del estado y los de la Generalitat, no muy bien avenidos, perdían el control de la situación en una ciudad repleta de refugiados (alrededor del millón en toda Cataluña), procedentes de otras zonas como Extremadura y Andalucía, que tenía que reseñar las heridas físicas de los heridos en combate y las morales producidas por disensiones internas como los juicios celebrados en octubre contra miembros del POUM, participantes en los sucesos de mayo de 1937. En esta ocasión no hubo penas de muerte y los presos fueron puestos en libertad antes de la llegada de las tropas franquistas.

El primer embate enemigo del 23 de diciembre contra el frente catalán fue frenado por el 5º Cuerpo de Ejército de Enrique Líster durante 15 días. Pero el 4 de enero caía Artesa de Segre y, posteriormente, el Ejército del Ebro se mostraba incapaz de contener el avance desde el sur. Desde el 15 de enero Barcelona fue bombardeada día y noche. El 22 de enero los organismos del estado recibían la orden de abandonarla y los contingentes marroquí y navarro cruzaron el Llobregat, abriendo así el camino hacia la capital catalana. La desbandada ya era generalizada y las carreteras se encontraban atestadas de miles de civiles y militares que trataban de llegar a la frontera francesa bajo los bombardeos de la Legión Cóndor.

El 26 de enero, al mediodía, las fuerzas del general José Solchaga Zala y Juan Yagüe Blanco entrarán en una urbe desguarnecida que no opuso ninguna resistencia, más preocupada por su alimentación que por el combate. Yagüe y Eliseo Álvarez-Arenas, jefe supremo de los servicios de ocupación, llegaron a Barcelona en actitud más de conquistas que de liberación, puesto que, según ellos, la ciudad representaba la doble amenaza roja y separatista. Se decretaron cuatro días de libertad para las tropas, antes de establecerse el orden. Días en los que cundieron los asesinatos, los atropellos, las violaciones y las humillaciones. A pesar de la presencia de Dionisio Ridruejo Jiménez, Jefe Nacional de Propaganda, que incluso llegó a hablar en Barcelona de reconciliación entre vencedores y vencidos, se prohibió el uso del catalán y se inició el proceso de devolución de bienes nacionalizados o colectivizados. Después se iniciaron los consejos de guerras propiamente dicho, en virtud de la Ley de Responsabilidades Políticas aprobada ya el 9 de febrero de 1939.

EL GOLDE DE ESTADO DEL CORONEL CASADO

El golpe de Estado protagonizado por el traidor a la Segunda República, coronel Segismundo Casado López, se gesta el 5 de marzo de 1939, este mismo día, éste notificó a su Estado Mayor que el Gobierno de Negrín sería sustituido por un Consejo de Defensa y se entrevistó con el anarquista Cipriano Mera Sanz, jefe del IV Cuerpo de Ejército, única gran unidad en la que podía confiar.

El presidente de la República, Negrín con la colaboración del PCE intentaba mantener desesperadamente un esfuerzo bélico con la esperanza, no de la victoria, sino de un acuerdo de paz honorable, mientras Casado prepara su plan en colaboración con las redes de espionaje franquistas y la Quinta Columna de Madrid.

El traidor Casado justificó su Golpe de Estado aduciendo que pretendía impedir una toma del poder comunista inspirada por Moscú, aunque esta acusación era claramente falsa. La posterior justificación de Casado fue su indignación por el hecho de que Negrín y los comunistas hablaran de resistencia hasta el final, al denunciar el compromiso de Juan Negrín con la resistencia continuada, estaba ignorando los hercúleos esfuerzos del presidente por conseguir diplomáticamente una paz negociada con garantías adecuadas ante el justificado temor a la represión franquista.

En Madrid, el Consejo de Defensa dio a conocer su constitución definitiva: el general José Miaja, Presidente; Julián Besteiro, Estado; Segismundo Casado, Defensa; Wenceslao Carrillo, Gobernación; González Marín (CNT), Hacienda; Eduardo Val (CNT), Comunicaciones; Miguel San Andrés (Izquierda Republicana), Justicia; Antonio Pérez (UGT), Trabajo; Sánchez Requena (CNT), secretario. Éstos, fueron los principales traidores de la Segunda República, incluido el anarquista Cipriano Mera, que no aparece en el Consejo de Defensa, pero, que sin embargo con el IV Cuerpo de Ejército que manda ayuda a Casado y a otro traidor importante, el general Manuel Matallana.

Este golpe de Estado cuesta la vida a 2000 camaradas comunistas aproximadamente, al no alinearse con las huestes de Casado.

Casado incurrió en errores de bulto fácilmente detectables que la historiografía ulterior ha rendido a minusvalorar, ya que cuando escribe sus memorias, se encontraba enfermo o no tenía documentación a mano. Hay que señalar que los historiadores de la guerra civil durante el franquismo, los guerrero de la guerra fría y aquel adalid del anticomunismo militante que fue Burnett Bolloten elevaron las fantasías de Casado a la categoría de hechos indiscutibles. La operación, historiográficamente hablando, pareció acabar bien para él pues constituyó un monumento a su autoexculpación que ha engañado a multitud de autores, incluso hasta en fechas recientes.

Desgraciadamente la historia se escribe con documentos. Todos ellos, se pueden localizar en Ávila, Londres, Moscú, Madrid, París y Segovia y permiten afirmar que, cuando menos, la fantasía, amén de otras consideraciones, se sobrepuso a sus escrúpulos y que el sambenito de traidor del que siempre quiso zafarse le viene, en realidad, como anillo al dedo.

El 1 de abril de 1939, treinta y tres meses después del alzamiento militar y golpista del criminal de guerra y genocida Franco, finaliza la Guerra Civil, dos semanas después, el 15 de abril de 1939, Hitler invadía Checoslovaquia, burlando los acuerdos que había firmado en Munich con Francia y Gran Bretaña.

Cabría preguntarse: ¿qué habría sucedido de haber aguantado el Gobierno de Juan Negrín con el apoyo de los comunistas hasta después del 15 de abril?, ¿hubiese entrado España en la Segunda Guerra Mundial por el apoyo prestado a Franco de Hitler y Mussolini?

Eso ya, se queda al gusto del consumidor.

EL ORO DE MOSCÚ

En septiembre de 1936, ante el temor a que los franquistas tomaran Madrid y, con ella, las reservas del Banco de España (institución de carácter privado entonces, pero cuyos fondos eran vitales para el esfuerzo bélico republicano), el Ministro de Hacienda del Gobierno de Francisco Largo Caballero. Juan Negrín López, propuso que abandonaran la capital todas las reservas de oro, plata, valores y joyas que albergaba dicho Banco.

Cuando el 13 de septiembre el Presidente Azaña firmó el decreto que permitía dicha medida, , la operación supuestamente secreta , ya estaba en marcha, en contra de la voluntad de varios consejeros de la entidad financiera que, en gran número, no tardaron en pasarse a los sublevados.

La idea de sacar del país esos activos (alrededor de 500 toneladas de oro, inicialmente trasladadas a Cartagena) no era nueva: el ejecutivo de Giral, en virtud de la Ley de Ordenación Bancaria de 1931, ya había enviado en agosto de 1936 ciertas reservas a París con el mismo fin (como haría la propia Francia al llevar parte de sus activos a Nueva York en 1939). Sin embargo, aunque la legitimidad de la medida fuera indiscutible, hay estudios que argumentan que el Oro hubiera estado mejor custodiado en la misma Cartagena, no se puede ser más ingenuo.

Como el gobierno republicano temía que Francis y Gran Bretaña, (que no ayudaron en absolutamente nada a la República) bloquearan sus activos, en aplicación de los acuerdos del Comité de No Intervención, gran parte de las reservas fueron enviadas a la URSS, principal proveedor de la República que las convirtió en divisas giradas al Banque Commerciale pour I’Europe du Nord, una entidad soviética radicada en París (parte de la plata fue consignada a los EE UU y, a pesar de todo, hasta la primavera de 1937 el Banco de Francia siguió recibiendo oro español). Esta medida sirvió para garantizar los suministros bélicos al gobierno republicano, pero a costa de acabar con las reservas del Estado y de perder en gran medida su control.

Los soviéticos aplicaron una tasa de compra del oro muy onerosa para el Gobierno Republicano y cobraron comisiones abusivas. Además, a diferencia de la ayuda alemana e italiana recibida por los sublevados, basada en créditos pagaderos al final de la contienda (que supondrían una gran carga en la posguerra), la asistencia soviética se abonó al contado, en oro, y sólo en marzo de 1938, cuando el metal se encontraba casi agotado, se estableció una línea crediticia.

LOS EXILIADOS

Desde comienzos de 1939 hasta el final de la guerra, el avance y posterior victoria de las tropas sublevadas produjeron un éxodo ingente de población que huyó mayoritariamente por tierra hacia Francia, aunque también por vía marítima y aérea en dirección a otros países del norte de África, Europa y Latinoamérica.

Se calcula que alrededor de 400.000 personas atravesaron la frontera francesa en los meses finales de la contienda y que gran parte de ellas, hombres sobre todo, fue recluida en condiciones deplorables en campos de concentración galos como el de Argelés, de muy tristes recuerdos para los españoles exiliados, y en torno a 150.000-200.000 regresaron a España antes de 1945.

Un contingente menor, aunque muy considerable, consiguió llegar a otros países europeos, la URSS, (más de 4.000) americanos como Chile, Argentina, la república Dominicana y, muy especialmente, México (unos 50.000 trasterrados, según el término acuñada por el filósofo José Gaos), gracias al compromiso del presidente Lázaro Cárdenas del Río.

Dos entidades, no siempre bien avenidas, trataron de organizar los flujos de refugiados: el Servicio de Emigración de los Refugiados Españolas (SERE), fundado por el Gobierno republicano en 1937 tras la caída del Norte de España en manos de los sublevados, y la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles (JARE), establecida en París en 1939 por la Diputación Permanente de las Cortes.

Entre las enormes pérdidas que generó en todos los sentidos el exilio posterior a la derrota republicana destaca la sangría intelectual producida por el éxodo de alrededor de 5.000 intelectuales, artistas y científicos (entre ellos más de la mitad de los profesores universitarios del momento), que en gran medida fueron a parar a México y EE. UU.

La colaboración de los exiliados españoles en los contingentes antinazis europeos durante la II Guerra Mundial fue especialmente notable (en el caso de la resistencia francesa, por ejemplo, se habla de una cifra de entre 10.000 y 50.000 españoles, mientras en el campo de concentración de Mauthausen perecieron en torno a 7.000).

Los sucesivos indultos de la dictadura franquista y, con el tiempo, su relativa apertura, fueron favoreciendo el regreso de algunos exiliados y de sus descendientes, otros por el contrario tuvieron vetada la entrada mientras duró la dictadura, otros muchos decidieron , por una u otra razón, permanecer fuera de España, aun después del retorno de la mal denominada democracia.

Recientes exposiciones y publicaciones sobre el exilio republicano han demostrado el interés que suscita todavía la historia de los miles de españoles que tuvieron que abandonar su patria en 1939.

LOS GOBIERNOS REPUBLICANOS EN EL EXILIO

Tras la victoria definitiva de las tropas sublevadas el 1 de abril de 1939 y el pronto estallido de la II Guerra Mundial en territorio europeo, los dirigentes republicanos cayeron en el desconcierto de un exilio en el que la derrota se conjugó tanto con el resurgir de las diferencias entre grupos políticos como con el aguante del régimen vencedor frente al aislamiento internacional.

Al morir Manuel Azaña Díaz en 1940 le sustituyó como Presidente de la República, de forma interina, Diego Martínez Barrio, que fue ratificado en el cargo en 1945 en México, manteniéndose en el cargo hasta 1962.

Al renovarse la presidencia en 1945 también lo hizo la jefatura del Gobierno, que pasó de Juan Negrín López a José Giral Pereira. Hasta 1946 el Gobierno republicano en el exilio logró concitar apoyos para aislar al régimen franquista, impedir su entrada en la ONU y tratar de derrocarlo por medios pacíficos. Sin embargo, el 6 de julio de 1947 se aprobaba en referéndum la Ley de Sucesión y en 1948 se escenifica el acercamiento entre Juan de Borbón y el criminal de guerra y genocida Franco, mientras que los nuevos aires de la famosa Guerra Fría, más favorable a la pervivencia de una dictadura pro-occidental en España, acababan con toda esperanza de cambio de régimen, en 1953 el Gobierno español firmó acuerdos con los EE. UU: y el Concordato con el Vaticano, mientras que en 1955 España accedía como miembro de las Naciones Unidas.

Para entonces los sucesivos gobiernos en el exilio, primero del socialista Rodolfo Llopis Ferrándiz, después del radical socialista Álvaro de Albornoz Liminiana y posteriormente del republicano Félix Gordón Ordás, habían ido perdiendo presencia internacional. Entretanto las fuerzas opositoras del interior, sobre todo a partir de 1956, comienzan a demostrar su propio empuje. No obstante, los distintos gobiernos republicanos en el exilio continuaron existiendo hasta las primeras elecciones mal llamadas democráticas de 1977, cuyo resultado aceptaron, aun declarando que la mejor solución para España seguí siendo la República.

Por su parte, los dirigentes que quedaban de los gobiernos autonómicos catalán y vasco iniciaron el exilio alejándose de la etapa republicana. Tras la desbandada que produjo entre los nacionalista vascos exiliados en París la invasión alemana de Francia, Manuel de Irujo Ollo alentó en el PNV el rechazo del estatuto y la búsqueda de la independencia

El lehendakari José Antonio Aguirre y Lecube, sin embargo, al retomar el control del gobierno vasco en el exilio en 1941, moderó su discurso, pero sin dejar de reafirmar el derecho a la autodeterminación del pueblo vasco.

El catalanismo, desde una desunión mayor que el nacionalismo vasco, también rechazó inicialmente la etapa estatutaria, tanto desde el Consell Nacional de Catalunya (CNC), formado en 1940 (año en que fue asesinado por ejecución franquista Lluis Companys i Jover), como desde las secciones exteriores de la Comunitat Catalana.

Sin embargo, la reorganización de Esquerra Republicana de Catalunya a partir de 1942 fue propiciando la defensa del Estatut, tendencia que se afianzaría aún más con le elección en 1954, en México, de Josep Tarradellas Joan como Presidente de la Generalitat catalana en el exilio.

El nuevo presidente ocuparía el puesto hasta 1980, (regresó a España en 1977, con el célebre “ja sóc aquí”, ya estoy aquí, en su traducción al castellano, año en el que se retiró de la vida pública.

EL VALLE DE LOS CAÍDOS

El Valle de los caídos, emplazado en Cuelgamuros, (Sierra de Guadarrama) encarna la interpretación franquista de la Guerra Civil. Aunque la idea de un monumento a los muertos (compuesto por un arco del triunfo y una pirámide) surgirá ya en 1936, el criminal de guerra y genocida Franco la hizo suya al terminar el conflicto bélico y determinó completamente su estructura y características: había de tener una iglesia, un monasterio, un “Centro de Estudios Sociales” y un cuartel, sólo este último elemento fue finalmente eliminado.

La obra fue encargada a Pedro Muguruza Otaño, arquitecto adicto al régimen, llegó a ser procurador en las cortes franquistas, quien cedió a la dirección del proyecto en 1949 a Diego Méndez González, creador de la monumental cruz, de 150 metros de alto y 46 de ancho que preside el complejo. El escultor principal fue Juan de Ávalos y Taborda, artífice de los monumentales cuatro ángeles situados al pie de la cruz.

El decreto de construcción se emitió el 1 de abril de 1940, primer aniversario de la victoria de los sublevados en la guerra, como “homenaje a nuestros muertos… héroes y mártires de la Cruzada”. En 1941, en vista de la lentitud de las obras, se comenzó a utilizar mano de obra reclusa que, realizando un trabajo muy arriesgado por un salario miserable, podía reducir su condena.

Se calcula que unos 7.000 prisioneros participaron en la construcción del monumento y que en la época de más concentración de obreros reclusos, antes de 1950, 500 trabajaban a un tiempo en él.

La iglesia católica apoyó siempre el proyecto pero, antes de su inauguración el 1 de abril de 1959, con vista a adecuar el régimen al nuevo marco internacional, presionó para que se diera cabida en la cripta a algunos católicos republicanos fallecidos en la guerra. Estos enterramientos no siempre fueron posibles, pues, algunos familiares, incluso del bando franquista, se negaron, como los de José Calvo Sotelo: otras víctimas no pudieron figurar en la cripta, puesto que había que justificar su catolicismo y su permanencia en la zona de los sublevados durante la contienda.

Finalmente, de las quizás 70.000 personas enterradas en el monumento, pues, no se conoce la cifra exacta, la mayoría son del bando sublevado.

En el discurso de inauguración, el criminal de guerra y genocida, Franco volvió a incidir en presupuestos anacrónicos y excluyentes, reivindicando tanto la actitud vigilante ante el diablo como el espíritu de la cruzada. Elementos como la truculenta escena del Apocalipsis de San Juan que flanquea la cripta y la ausencia de cualquier mensaje de integración del vencido subrayando ese ánimo.

Las guías del Valle de los Caídos en inglés y en español siempre dieron interpretaciones diferentes del conflicto: más conciliadora la primera, hablando de todos los caídos sin aludir a la cruzada y más belicosa la segunda. Aún hoy, los folletos explicativos de uno de los monumentos más visitado del Patrimonio Nacional, presentándolo como un símbolo de paz, no reconocen explícitamente ni el carácter dictatorial del franquismo ni el trabajo forzoso de los presos políticos en el monumento.

LA REPRESIÓN FRANQUISTA

En las instrucciones para desencadenar la sublevación el criminal de guerra y genocida, general, Emilio Mola Vidal había escrito: “La acción he de ser en extremo violenta (…). Serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares para estrangular los movimientos de rebeldía o de huelga”.

Mola declaró por entonces: “Yo he decidido la guerra sin cuartel. Yo veo a mi padre en las filas contrarias, y lo fusilo”.

Los sublevados acusaban a los que respetaron la constitución de 1931, paradojas de la historia, de rebelión militar o de auxilio a la rebelión, generalmente con trágicas consecuencias.

En agosto, las matanzas de los sublevados incrementaron su ritmo, enfangando España con las olas concéntricas de la vesania. El día 11 de agosto de 1936, Blas Infante Pérez de Vargas, padre del andalucismo, fue fusilado por los sublevados en Sevilla, sin formación de causa, entre los días 18 y 19 de agosto de 1936 y bajo la responsabilidad del gobernador civil, comandante, José Valdés Guzmán, fue asesinado en Granada al poeta Federico García Lorca, que había permanecido escondido en la casa del falangista, Luis Rosales Camacho, también poeta y amigo personal.

En las ciudades donde las autoridades civiles y los oficiales no se habían sublevado, fueron fusilados sin causa. En Andalucía y Extremadura, la conquista de cada pueblo fue seguida por el fusilamiento de los republicanos capturados.

Existe un hecho sin precedentes, como existieron tantos otros, sin embargo, éste es muy significativo de la falta de pudor de los sublevados. Como una trágica befa, el padre de Emilio Mola Vidal, el anciano general de la Guardia Civil, Emilio Mola López, se encontraba en Barcelona cuando estalló la guerra. Si lo hubieran descubierto los exaltados, lo más seguro es que habría muerto asesinado, sin embargo, el presidente de la Generalitat, Lluis Companys i Jover conoció sus existencia y lo salvó y mientras la revolución anarquista dominaba Cataluña, la Generalitat expidió miles de pasaportes, facilitó el refugio en las embajadas y consulados extranjeros y fletó varios barcos para que las personas en peligro abandonaran Cataluña.

El pago que recibió Luis Companys i Jover, fue, una vez exiliado en Francia, al terminar la Guerra Civil, otro criminal de guerra y genocida un tal Ramón Serrano Suñer, cuñado del criminal de guerra y genocida Franco, con el objetivo de la captura de republicanos exiliados, envía una misiva por medio de su embajador, José Félix de Lequerica Erquiza, con 800 nombres para ponerlos a disposición de los sublevados después de la firma del armisticio entre Francia y Alemania. En la mañana del 15 de octubre de 1940, Lluis Compayns, después de haber sido vilmente torturado, fue fusilado en el Castillo de Montjuïc, no quiso ser vendado y pronunció sus últimas palabras: “Por Cataluña”.

Las escuadras del terror de la Falange eran financiadas por los monárquicos de Renovación Española y sus actividades utilizadas por la CEDA para presentar a la República como un régimen sumido en el caos y el desorden, los grupos de derecha: falangistas, carlistas, la CEDA y los monárquicos alfonsinos, todos grupos que debían una gran parte de su ideología al carlismo, fuente original de todo el pensamiento reaccionario español, así que el terror en la zona de los sublevados fue crucial para asentar el poder de los rebeldes.

En definitiva, el terror en la zona de los rebeldes fue instituido e institucionalizado para crear un terror inusitado, en donde se alentaba la violencia, el secuestro, la tortura y el asesinato hacia personas de ideología de izquierdas.

Tras la victoria definitiva de los rebeldes a finales de marzo de 1939, alrededor de 20.000 republicanos fueron asesinados. Muchos más murieron de hambre y enfermedades en las prisiones y en los campos de concentración donde se hacinaban en condiciones infrahumanas, otros sucumbieron a las condiciones esclavistas de los batallones de trabajo. A más de medio millón de refugiados no les quedó más salida que el exilio, y muchos perecieron en los campos de internamiento franceses. Varios miles acabaron en los campos de exterminio nazis.

Todo ello es lo que el historiador Paul Preston, denomina, también incluyendo los asesinatos del bando republicano, que fueron inmensamente muchísimos menos: “El Holocausto Español”.

por Fco. Javier Mingorance Morcillo

Categorías: Memoria Democrática

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